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Los asteroides con "órbitas inestables" y ocultos en Venus: ¿una amenaza silenciosa para la Tierra?

Una nueva investigación sobre las órbitas de estos misteriosos asteroides en las cercanías de Venus subraya la necesidad de mejorar la vigilancia de rocas espaciales.

Actualizado a

venus
NASA / APL / NRL

La sonda solar Parker de la NASA capturó esta imagen que muestra la superficie nocturna de Venus. Una familia de asteroides comparte la órbita del planeta, y dos nuevos estudios sugieren que algún día las rocas espaciales podrían, en teoría, representar un peligro para la Tierra.

Venus tiene fans: una familia de asteroides que comparten su órbita, siguiéndola o adelantándose a ella mientras gira alrededor del Sol. Los científicos llevaban tiempo sospechando que estas rocas espaciales furtivas podían existir, pero ahora, un par de estudios (uno publicado en una revista científica y otro en fase de revisión por pares) concluyen que algunos de estos asteroides podrían desarrollar órbitas inestables y, con el paso de muchísimo tiempo, acercarse a la Tierra.

Pero, a pesar de lo que han afirmado algunos titulares alarmistas, la Tierra no corre ningún riesgo de que uno de estos asteroides nos sorprenda de repente y arrase una ciudad. Aunque algunos de estos objetos podrían tener un tamaño suficiente como para causar semejante daño, no hay ninguna evidencia que sugiera que actualmente se estén dirigiendo hacia nosotros.

«No diría que estos objetos no sean peligrosos», afirma Valerio Carruba, experto en dinámica de asteroides en la Universidad Estatal de São Paulo (Brasil) y coautor de ambos estudios. «Pero tampoco creo que haya motivo para alarmarse».

Estos estudios simplemente destacan que los asteroides cercanos a Venus tienen el potencial de acercarse a la Tierra en algún momento de los próximos miles de años. «La probabilidad de que alguno colisione con la Tierra próximamente es extremadamente baja», señala Scott Sheppard, astrónomo del Instituto Carnegie de Ciencia en Washington D.C., que no participó en la investigación. «No hay mucho de lo que preocuparse aquí».

El verdadero problema, sin embargo, es que este tipo de asteroides son extraordinariamente difíciles de detectar, y no puedes protegerte de un peligro que no puedes ver.

Por suerte, en los próximos años entrarán en funcionamiento dos de los observatorios más avanzados jamás construidos. Juntos, descubrirán más asteroides —incluidos aquellos que se esconden cerca de Venus— que todos los localizados hasta ahora por los telescopios del mundo.

Ocultos por la luz solar

Mientras que las agencias espaciales japonesa y europea suelen solicitar tiempo en telescopios muy solicitados para buscar estas rocas espaciales, la NASA lidera el esfuerzo: financia una red de observatorios dedicados exclusivamente a localizar asteroides sospechosos.

Los defensores planetarios se centran principalmente en los asteroides cercanos a la Tierra. Como su nombre indica, estos tienen órbitas que se aproximan mucho a la terrestre. Muchos de ellos fueron expulsados del cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter —una zona relativamente estable— debido al tirón gravitatorio de los planetas (especialmente Júpiter, el más masivo) o por colisiones entre asteroides.

Si uno de estos objetos se aproxima a menos de 7,4 millones de kilómetros de la órbita terrestre, existe la posibilidad de que, con el tiempo, sus trayectorias se crucen y se produzca una colisión. Y si ese asteroide mide más de 140 metros, es lo bastante grande como para atravesar la atmósfera y —si impacta de forma directa— destruir una ciudad. En conjunto, estas características definen lo que se conoce como “asteroides potencialmente peligrosos”, y localizarlos es una prioridad absoluta.

Los asteroides se detectan inicialmente por la luz solar que reflejan. Este método funciona bien en la mayoría de los casos, pero se sabe que existen asteroides que se esconden en el interior de la órbita terrestre, en dirección al Sol. Y eso es un problema.

Los astrónomos no pueden simplemente apuntar sus telescopios hacia el Sol para buscar estos objetos: sería como intentar ver una cerilla encendida frente a una explosión nuclear. En su lugar, observan en los alrededores del Sol durante los escasos minutos posteriores al atardecer o justo antes del amanecer. No solo se trata de observaciones muy limitadas en el tiempo, sino que al apuntar cerca del horizonte, atraviesan más atmósfera terrestre, lo que distorsiona las imágenes.

«Todos estos factores dificultan enormemente la búsqueda y detección de asteroides cercanos a la órbita de Venus», explica Sheppard.

La flota invisible de Venus

Ocasionalmente se han detectado asteroides en esta zona bañada por la luz solar. Y se han identificado veinte que se desplazan por la misma autopista orbital que utiliza Venus para girar alrededor del Sol. Se les conoce como asteroides coorbitales; hay otros similares que siguen o preceden a diferentes planetas, especialmente a Júpiter.

Los asteroides coorbitales tienden a agruparse en varias zonas gravitacionalmente estables a lo largo de la órbita del planeta, conocidas como puntos de Lagrange. Pero a lo largo de unos 12.000 años, se cree que estos asteroides pueden modificar drásticamente sus órbitas. Siguen compartiendo la trayectoria orbital de Venus, pero en lugar de mantener una órbita circular, adoptan movimientos más complejos: algunos migran a otro punto de Lagrange, mientras que otros se desplazan con un patrón en forma de herradura alrededor de varios puntos.

Algunas de estas órbitas nuevas y exóticas se alargan y se vuelven más elípticas, lo que en ciertos casos puede acercar a estos asteroides a la Tierra. Cuando eso sucede, «hay una mayor probabilidad de colisión», indica Carruba.

En su primer estudio, publicado este año en la revista Icarus, Carruba y su equipo analizaron los 20 asteroides coorbitales conocidos de Venus. Sus simulaciones mostraron cómo evolucionarían sus órbitas a lo largo del tiempo y concluyeron que tres de estas rocas espaciales —cada una de entre 300 y 400 metros— podrían acercarse hasta unos 75.000 kilómetros de la órbita terrestre. (A modo de comparación, la Luna está a una media de 384.000 kilómetros de la Tierra.)

Esa cercanía podría convertirlos en asteroides potencialmente peligrosos. Pero no hay por qué alarmarse: podrían tardar hasta 12.000 años en llegar a una órbita elíptica próxima a la Tierra. Quizá representen un problema para nuestros descendientes más lejanos.

En su último estudio, subido el mes pasado al servidor de prepublicaciones arXiv, el equipo analiza cuán probable es que alguno de los asteroides coorbitales de Venus —incluidos los que aún no se han detectado— acabe en una de estas órbitas comprometidas. Para averiguarlo, crearon asteroides virtuales y simularon sus posibles trayectorias orbitales durante los próximos 36.000 años.

Muchos factores pueden alterar las órbitas de los asteroides a lo largo de tantos milenios, por lo que hacer predicciones precisas es imposible. Pero las simulaciones arrojan algunas conclusiones generales. La primera es que un asteroide coorbital de Venus tiene más probabilidades de acercarse a la Tierra si su órbita pasa de ser circular a muy alargada: abarca así una porción mucho mayor del sistema solar interior, incluida la vecindad de nuestro planeta.

La segunda conclusión, más sorprendente, es que incluso aquellos asteroides cuya órbita solo está ligeramente alargada pueden acabar aproximándose a la Tierra. Al parecer, sus trayectorias caóticas, marcadas por múltiples perturbaciones gravitatorias, pueden empujarlos en nuestra dirección.

Pero conviene dejar algo claro: esas órbitas potencialmente peligrosas se desarrollan a lo largo de muchos milenios. «No es motivo de alarma, ya que estos asteroides siguen siendo relativamente estables en escalas temporales humanas», subraya Sheppard.

Una nueva era en la caza de asteroides

Para Marco Fenucci, experto en objetos cercanos a la Tierra en la Agencia Espacial Europea, el estudio pone el foco en estos asteroides relativamente desconocidos de la órbita de Venus. Y eso es algo positivo, añade: sabemos muy poco sobre ellos —su número, tamaño y órbitas— porque con los telescopios actuales apenas podemos detectarlos.

Pero eso está a punto de cambiar gracias a dos nuevas instalaciones. La primera es el Observatorio Vera C. Rubin, de propiedad estadounidense y situado en Chile, que comenzará a funcionar oficialmente en las próximas semanas. Su amplio campo de visión le permite abarcar enormes franjas del cielo nocturno, y su gigantesco sistema de espejos capta tal cantidad de luz estelar que incluso los objetos más pequeños y tenues se vuelven visibles.

En tan solo tres a seis meses, este observatorio podría descubrir hasta un millón de nuevos asteroides, duplicando prácticamente la cifra actual. Meg Schwamb, científica planetaria en la Universidad de Queen’s Belfast, que no participó en la investigación, explica que Rubin también llevará a cabo sus propias búsquedas en el crepúsculo, las mismas que se utilizan para rastrear asteroides cercanos a Venus.

Si estas campañas se mantienen durante la próxima década, «Rubin podría detectar entre el 40 y el 50 % de todos los objetos mayores de unos 350 metros en la población de asteroides interior a la órbita de Venus», señala Mario Jurić, astrónomo de la Universidad de Washington que tampoco participó en el estudio. Aun así, como todos los telescopios ópticos terrestres, Rubin tendrá que lidiar con el resplandor solar y la atmósfera terrestre.

Si el Gobierno de EE. UU. decide seguir financiando la misión —algo que aún no está garantizado—, la NASA también pondrá en órbita un observatorio espacial especializado en la detección de asteroides: el NEO Surveyor. Libre de las limitaciones de la atmósfera terrestre, buscará rocas espaciales mediante un telescopio infrarrojo de alta sensibilidad, lo que le permitirá detectar incluso las ocultas tras el resplandor solar.

Ni siquiera los asteroides que merodean cerca de Venus podrán esconderse del NEO Surveyor. Y entonces, concluye Carruba, «podremos saber si la amenaza de impacto es real o no».