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¿Podría llenarse el cerebro de información y dejar de aprender?

En muchas ocasiones se compara el cerebro humano con un ordenador, pero existe una diferencia clave entre ambos que la ciencia sigue tratando de explicar.

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Daniel Pellicer Roig

Biotecnólogo especializado en biomedicina y enfermedades raras

Actualizado a

Cerebro humano
Ilustración: Zephyr/SPL/ Age Fotostock

El cerebro ha sido un órgano que ha fascinado a la humanidad por su hermetismo. Algunos, lo definen como el puzle más complejo jamás hallado.

A lo largo de una vida, el humano promedio experimenta millones de situaciones que, de una u otra forma, le ponen a prueba. De estas situaciones, algunas quedan como recuerdos, y otras se transforman en un aprendizaje que será capaz de modificar nuestra forma de actuar. Cómo nuestro cerebro discierne entre aquellas experiencias con las que quedarse y cuáles no es uno de los santos griales de la neurociencia y, aunque se conoce el mecanismo, todavía está rodeado por un halo de misterio que ofrece más preguntas que respuestas.

Una de ellas es sobre si el cerebro podría, dado el caso, llenarse completamente y dejar de absorber información, lo que se traduciría en una persona incapaz de aprender ningún tipo de conocimiento nuevo. En la máquina por excelencia con la que se compara el cerebro, un ordenador, esta situación sí que puede llegar a ocurrir. Una vez se llenan completamente los discos duros, el ordenador se atasca y deja de funcionar. Pero en un cerebro la forma de procesar la información es mucho más compleja.

Un cerebro plástico

En el centro de los estudios sobre memoria se encuentra la plasticidad neuronal, la capacidad que tienen las neuronas de establecer conexiones unas con otras. Esta habilidad, que se ha podido observar en directo con neuronas cultivadas en el laboratorio, es obra de los axones, filamentos que surgen de la propia neurona. Por dentro de estos axones circulan los neurotransmisores, moléculas que actúan como mensajeros y que son la base de la comunicación neuronal.

 

Ahora bien, aunque en la literatura se suele nombrar este proceso como el «cableado neuronal», las neuronas no llegan a tocarse unas con otras, sino que se comunican a través de pequeños huecos denominados sinapsis neuronales. En estos espacios interneuronales ocurre un intenso tránsito molecular desde una neurona aferente (que envía la señal) hasta una receptora (que la recibe). Durante esta transmisión, según la molécula que llegue, la neurona receptora preparará una respuesta acorde que trasmitirá hacia otras neuronas u órganos para seguir llevando la información hasta que se dé la respuesta corporal final.

Pero un recuerdo no es cosa de dos neuronas. En el cerebro hay aproximadamente 86 mil millones de neuronas con 150 trillones de conexiones. En todo este entramado celular, nuestros recuerdos y aprendizaje de las situaciones surgen en lo que se conoce como propiedad emergente.

Y es precisamente radica otro de los puntos clave que diferencia a los ordenadores del cerebro. En un programa informático se puede llegar a desgranar bit a bit una acción concreta, pero si se estudian las neuronas separadas, una a una no se puede comprender, por ejemplo, dónde se almacena un recuerdo. O al menos no con la tecnología actual. Para ello es necesario acudir a áreas o regiones cerebrales. Observando estas áreas, sí que se puede llegar a intuir dónde se almacena un recuerdo, pero no al 100 %.

El cerebro completamente desarrollado

En la población general está muy arraigado el mito de que el cerebro se va formando durante la niñez y, al superar la adolescencia (o los 25 años, dependiendo de las fuentes que se consulten) queda estático. La idea, cimentada incorrectamente en los estudios del Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal sobre que las neuronas no se dividían, fue desmontada en los años 40 por el prominente neurocientífico Donald Hebb. Este investigador observó que, aunque a esas edades el cerebro ya no crece más en masa, sí que está constantemente generando y deshaciendo sinapsis.

Muchas de las sinapsis que se crean están asociadas a respuestas que jamás se volverán a dar y, por tanto, las neuronas no destinan recursos a mantenerlas. En cambio, otras conexiones sí que se dan en más de una ocasión y, por tanto, se van reforzando con el tiempo. Por ello, para desarrollar una habilidad, o para memorizar, las claves son la práctica y la repetición. De este modo, forzamos las conexiones neuronales a que sean cada vez más robustas y, por tanto, la comunicación sea cada vez más eficiente.

¿Puede «llenarse» el cerebro?

Siguiendo esta lógica, teóricamente, el cerebro sí que se podría llenar; una vez todas las neuronas creasen todas las conexiones posibles unas con otras, pero se trata de un número tan absurdamente enorme que es imposible que se dé en el lapso de una vida. Además, una de las propiedades más importantes del cerebro es que es capaz de olvidar, y con ello, las sinapsis desaparecidas pueden reaprovecharse para generar nuevos recuerdos y conocimientos.

Por tanto, que el cerebro se pueda llenar es un mito creado a partir de comparar el cerebro con objetos cotidianos y complejos, como un ordenador. Esta costumbre nos viene desde lejos, ya que en épocas anteriores se ha comparado el cerebro con máquinas hidráulicas o bombas de vapor, lo más complejo que podía desarrollar el ingenio humano. En la actualidad es el ordenador, y puede que próximamente lo comparemos con una computadora cuántica, pero, hasta la fecha, las comparaciones siempre acaban quedándose cortas, ya que parece que el cerebro siempre está un paso por delante.

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