El Día Mundial del Agua, celebrado cada 22 de marzo desde 1994, es una fecha señalada por la importancia de concienciar a la población mundial sobre la situación del agua potable y saneamiento seguro en nuestro planeta, enfocado especialmente a su escasez y inicuo.
Cerca del 70% de la superficie de la Tierra es agua, aunque tan sólo un 0,025% de esta es potable y accesible. Este panorama contrasta fuertemente con las cifras de consumo anual observadas en las últimas décadas: ya se había duplicado entre los años 60 y 2010, y según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se espera que aumente hasta un 40% más para 2030 a causa del cambio climático, la gestión humana y el crecimiento demográfico.
Pero no solamente el agua potable está en crisis: los océanos, mares, ríos y lagos, partes esenciales del sistema que genera este recurso vital, sufren también las consecuencias de nuestra acción continuada e indebida sobre el planeta, y se ven gravemente afectados por la contaminación, el calentamiento de las aguas o la sobreexplotación pesquera, entre otros.
Manu San Félix
Sería lógico que, en más de una ocasión pero sobre todo en días de concienciación, todos nos hayamos preguntado: ¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para mejorar esta situación? Pues bien, mientras que existen cientos de consejos y pequeñas acciones que podemos aplicar en el día a día para ahorrar y proteger el agua, aquí nos centramos en destacar un aspecto a priori menos obvio.
LOS EFECTOS INDIRECTOS DE NUESTRAS ELECCIONES personales
Cerrar antes un grifo, usar productos biodegradables, o no arrojar contaminantes son formas muy claras de prevenir que el agua llegue a estar en mal estado pero, ¿Qué ocurre cuando la situación requiere algo más que prevención y las campañas de limpieza colectivas no son suficientes"
data-ga4_event_name="click_prefooter"
data-ga4_link_url="/newsletters" >