En un mundo donde la demanda de electricidad crece a un ritmo vertiginoso y los recursos naturales se agotan, la eficiencia energética se ha convertido en una de las estrategias más poderosas para frenar el cambio climático. Y es que, como se suele decir, la energía que no se malgasta es la más limpia de todas.
No es de extrañar que en el año 1998 se haya creado una jornada dedicada a ello: el Día Mundial de la Eficiencia Energética, que se celebra cada 5 de marzo con el objetivo de concienciar sobre su uso responsable. Esta fecha surgió a partir de la Conferencia Internacional sobre Eficiencia Energética llevada a cabo en Austria, en la que expertos de todo el mundo discutieron sobre cómo reducir el consumo sin afectar la calidad de vida ni el desarrollo económico.
Para entonces, el debate giró en torno al impulso de tecnologías más eficientes y al cambio de hábitos de consumo. Ahora, más de dos décadas después, esta estrategia sigue siendo una de las más efectivas, especialmente en un contexto donde el calentamiento global exige soluciones urgentes.
Una nueva y mejor forma de consumir energía
La eficiencia energética no se basa en renunciar al uso de electrodomésticos o a la comodidad, sino de optimizar los recursos y evitar el desperdicio: es la capacidad de obtener el mismo servicio con un menor consumo de energía, tal y como suscribe la Plataforma Tecnológica Española de Eficiencia Energética.
Un ejemplo claro es el paso de las bombillas incandescentes a la iluminación LED: ambas cumplen la misma función, pero las segundas consumen hasta un 80% menos. Este invento, por cierto, llevó a los japoneses Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura a recibir el Premio Nobel de Física en 2014.
Sin embargo, la optimización no solo se aplica en el hogar, sino también en industrias, transporte y grandes infraestructuras: edificios con mejor aislamiento, fábricas que reutilizan el calor generado por sus procesos o automóviles eléctricos que aprovechan mejor la energía son ejemplos de cómo la eficiencia energética, que quedó contemplada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteados para 2030, se traduce en beneficios económicos y ambientales.
Cuando hablamos de energía, todo empieza en casa
Cada acción, por pequeña que parezca, contribuye a un consumo más responsable. Algunas maneras de poner en práctica la eficiencia energética en el día a día son:
- Optimizar el uso de la iluminación: aprovechar la luz natural, apagar las luces cuando no se necesiten y optar por bombillas LED.
- Desenchufar dispositivos en desuso: los aparatos en “standby” pueden representar hasta un 6,6% del consumo eléctrico del hogar, tal y como te contamos en este artículo.
- Elegir electrodomésticos eficientes: los productos con certificación energética (A++ o superior) requieren menos electricidad para funcionar.
- Regular la temperatura: un grado de diferencia en la calefacción o en el aire acondicionado puede reducir significativamente el consumo energético.
- Mejorar el aislamiento térmico: ventanas de doble cristal y paredes bien aisladas ayudan a mantener la temperatura sin necesidad de usar tanto la calefacción o el aire acondicionado.
- Optar por transportes sostenibles: caminar, usar la bicicleta o el transporte público disminuye la demanda de combustibles fósiles.