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Habrá más lluvias torrenciales e inundaciones

El cambio climático está detrás de la intensificación y duración de fenómenos meteorológicos extremos, especialmente en regiones del Mediterráneo, un mar que se calienta a mayor velocidad que la media mundial.

Sergi Alcalde National Geographic
Sergi Alcalde

Periodista especializado en ciencia, sociedad y medio ambiente

Actualizado a

DANA Valencia inundación
Eric Renom / LaPresse / Sipa USA / Cordon Press

La DANA que asoló la semana pasada la Comunidad Valenciana ha segado la vida de más de 200 personas y ha provocado una oleada de destrucción nunca vista, por lo que ha sido calificada como el peor desastre natural de la historia de España. Sin embargo, aunque nos pueda parecer un hecho insólito, la triste realidad es que este tipo de fenómenos meteorológicos adversos serán cada vez más comunes. Y eso es algo sobre lo que la comunidad científica lleva décadas advirtiendo.

Por ejemplo, el Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) lleva años alertándonos sobre los efectos del aumento de la temperatura en todo el mundo. Este organismo internacional encargado de la evaluación del cambio climático ya advertía en su último informe, publicado en 2023, que un calentamiento global de 1,5 ºC con respecto a los niveles preindustriales -un umbral que ya hemos sobrepasado en varias ocasiones a lo largo de este año- aumentará la intensificación y frecuencia de las inundaciones en la mayoría de las regiones del mundo, especialmente, aunque parezca paradójico, en aquellos puntos del planeta afectados por episodios de sequía, como es el caso de la cuenca mediterránea.  

Más datos: según un análisis exhaustivo llevado a cabo por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la inmensa mayoría de las catástrofes climáticas ocurridas en los últimos 50 años (medida en términos tanto de vidas humanas como de daños materiales) están provocadas por fenómenos meteorológicos relacionados con el agua (esto es, por sequías, inundaciones y tormentas), lo que nos indica la magnitud de la tragedia climática.  

Esta misma semana se publicaba un artículo en National Geographic España en el que se hacía eco de un estudio reciente elaborado por un grupo de investigación de World Weather Attribution (WWA, por sus siglas en inglés), perteneciente a la Universidad de Londres, en el que se alerta hasta qué punto la actividad humana ha intensificado la dureza de las 10 catástrofes naturales más mortíferas producidas en los últimos 20 años. El dato más escalofriante es la cuantificación en vidas humanas: un total de 570.000 en tan solo dos décadas.  

Tal y como se explica en el estudio, los investigadores ponen de manifiesto la capacidad de la ciencia moderna para establecer una línea directa e irrefutable entre el calentamiento global y los fenómenos meteorológicos extremos, un vínculo que se conoce como mínimo desde hace exactamente 20 años, cuando se vinculó la mortífera ola de calor que arrasó Europa a principios de siglo como una consecuencia del cambio climático provocado por el hombre.  

¿Y qué nos dicen los datos actuales sobre el impacto del cambio climático en fenómenos como las depresiones aisladas en niveles altos (DANA)? Como mínimo, que serán cada vez más frecuentes. Así lo apunta, por ejemplo, un informe exprés elaborado por World Weather Attribution, un equipo académico de climatólogos en el que participan, entre otros centros, el Imperial College o la Universidad de Princeton, en el que se concluye que este tipo de episodios son hoy hasta un 12% más intensos y aproximadamente el doble de probables que en la época preindustrial. 

Y eso es una muy mala noticia, especialmente en la península ibérica, un lugar especialmente proclive a este tipo de tormentas, pues existen varios condicionantes que maximizan la capacidad devastadora de estos fenómenos adversos. 

Por un lado, los vientos de levante que transportan aire caliente de un mar cada vez más cálido. Humedad y calor que ascienden a las capas más altas de la atmósfera como consecuencia del fenómeno de convección y que se convierten en el combustible ideal para este tipo de tormentas. Se da la circunstancia de que la alta temperatura del mar hace que el viento vuelva a recargar la tormenta una y otra vez con aire cálido, lo que aumenta la duración e intensidad de estos fenómenos. 

Por otro lado, la presencia de cordilleras montañosas que actúan como si de una rampa se tratase, lo que acelera todavía más la ascensión del aire cargado de humedad. En otras palabras, las condiciones idóneas para que se dé la tormenta perfecta. No podemos decir que no estábamos avisados.  

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