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El Monte Saint Helens, 38 años después de la erupción

¿Cómo se recupera un ecosistema de una catástrofe como la erupción del volcán de Santa Helena? No te pierdas las fotografías de Diane Cook y Len Jenshel

Actualizado a

Antes había latas de cerveza en el fondo del lago Spirit. Mark Smith las recuerda perfectamente: latas antiguas de Olympia, con sus relucientes letras doradas conservadas por el agua fría y transparente. Recuerda las truchas arco iris de 25 centímetros, introducidas para deleite de los turistas, y una barca de remos del YMCA hundida en el lecho del lago, con la proa apoyada en un tocón sumergido. Era un muchacho cuando empezó a bucear a la sombra del monte Saint Helens, por eso recuerda cómo era el lago antes de la erupción de mayo de 1980, antes de que los 400 metros de la cima del volcán (unos 3.000 millones de metros cúbicos de fango, cenizas y nieve fundida) se precipitaran en sus aguas, antes de que se volviera el doble de grande pero la mitad de profundo, antes de que prácticamente cualquier señal de vida, animal o humana (cabañas, carreteras, tiendas de campaña y latas de cerveza), quedara borrada. Y antes de que el lago se convirtiera en una sopa fétida, sin oxígeno y cubierta por un manto flotante de troncos arrancados de las laderas.

Lo que recuerda mejor es lo que él llama el bosque «petrificado»: un fantasmagórico grupo de abetos sin ramas en pie, enterrados varias docenas de metros por debajo de la superficie. El bosque subacuático fue un misterio para él hasta que la montaña estalló. Entonces lo comprendió todo. Los árboles eran la evidencia de una erupción pasada, la señal de que el lago Spirit siempre ha estado en primera línea de fuego.

Treinta años después, el lago Spirit encierra un nuevo misterio. ¿Cómo han reaparecido los peces, ahora el doble de grandes que los de antes de la erupción?

¿Cómo han reaparecido los peces, ahora el doble de grandes que los de antes de la erupción?

Cada uno tiene su teoría. Smith, director de Eco Park Resort, el camping que hay al borde del monumento volcánico, cree que las truchas bajaron del lago Saint Helens, más pe­­queño y situado más arriba, durante una crecida. Pero en ese lago sólo hay salvelinos, y los peces del Spirit son truchas arco iris. Bob Lucas, biólogo del Departamento de Pesca y Vida Salvaje de Washington, cree que las han introducido de manera ilegal. A finales de la década de 1990 re­­cibió una llamada anónima que pareció confirmarlo: «Soy el que puso los peces». Los análisis genéticos preliminares realizados por Charlie Crisafulli, ecólogo del Servicio de Bosques, indican que las truchas no descienden de la población original. Pero lo importante para él no es saber cómo llegaron, sino cómo han crecido tanto. En el trigésimo aniversario de la erupción del 18 de mayo, una de las po­­­­cas cosas seguras sobre las truchas del lago Spirit es que han dado a todos (ecologistas, científicos, pes­­­cadores, congresistas, guardabosques y empresarios de la zona) un tema más de conversación.

El lago, de 11 kilómetros cuadrados, se encuentra ahora en el centro de un área de investigación de restringido que ocupa aproximadamente la cuarta parte de los 445 kilómetros cuadrados del Monumento Volcánico Nacional Monte Saint Helens, creado en 1982 por el Congreso de Estados Unidos para «proteger los recursos geológicos, ecológicos y culturales […] y conservarlos en el estado más natural posible, permitiendo que las fuerzas geológicas y los sucesos ecológicos sigan su curso sin impedimento alguno». Esa parte de la zona afectada por la erupción, cerrada en su mayor parte al público, se ha convertido en uno de los mayores experimentos del planeta.

El volcán experimentó un nuevo período de actividad entre 2004 y 2008, cuando fascinó a geólogos y curiosos con columnas de vapor y ceniza lanzadas a más de 9.000 metros de altura y con la formación de un nuevo domo de lava en el cráter. Pero muchas de las observaciones más interesantes de la zona corresponden al ámbito de la ecología.

Como laboratorio natural para el estudio de la recuperación de los ecosistemas, la zona de la erupción no tiene rival. «Es la perturbación fo­­restal a gran escala más estudiada del mundo», afirma Crisafulli. La han examinado desde todos los ángulos y en casi todas las magnitudes, desde las moléculas hasta los ecosistemas, desde las bacterias hasta los mamíferos y desde las fumarolas hasta los prados inundados. Casi a diario llegan visitantes deseosos de aprender algo del Saint Helens, y con frecuencia viene gente de Alaska o de Chile para saber qué esperar tras las erupciones en sus territorios.

Uno de los aspectos más destacados es la importancia de los «legados biológicos»: árboles caídos, raíces enterradas, semillas, tuzas o anfibios que sobrevivieron a la erupción gracias a la cubierta de nieve, la topografía o la suerte. Los ecólogos pensaban que la recuperación se produciría desde fuera hacia dentro, a medida que las especies de las áreas limítrofes avanzaran hacia la zona arrasada; pero el renacimiento también se ha producido desde dentro. Después de la planta solitaria que Crisafulli encontró en 1981 en la yerma extensión de 15 kilómetros cuadrados conocida como la llanura de la Pumita, los altramuces violáceos fueron la primera nota de color en un desolado mundo gris. En vida, los altramuces eran fábricas de nutrientes para los insectos y hábitat para ratones y topillos; al morir, tanto ellos como los organismos que atraían enriquecieron la ceniza y abrieron el camino a la colonización de otras especies. Poco a poco, la zona del desastre empezó a florecer.

En un sentido amplio, los humanos también forman parte del experimento del Saint Helens. Ahora, mientras la naturaleza se recupera y los recuerdos se desdibujan (y se reducen los presupuestos y el número de visitantes), la gente empieza a inquietarse. Algunos dicen que la zona debería dejar de depender del Servicio de Bosques y ser declarada parque nacional. Otros oyen historias de truchas de medio metro y se preguntan por qué sigue cerrado el lago Spirit. Algunos lugareños dicen que 30 años de investigación son suficientes, que ya es hora de abrir al público la zona de limitado. Nada de eso debería sorprendernos. También en el aspecto humano, el de Saint Helens es un ecosistema que busca el equilibrio.

Algunos dicen que la zona debería dejar de depender del Servicio de Bosques y ser declarada parque nacional.

Lo que yo recuerdo de mi chapuzón en el lago Spirit no es un bosque sumergido sino una jungla bajo el agua. El pasado mes de agosto seguí con mi coche al de Crisafulli por una sinuosa carretera de doble sentido junto al collado Windy; atravesamos una valla estropeada, asegurada con una cadena improvisada («Lo normal sería que hubiera dinero para cambiar la maldita puerta, ¿no le parece">