Nuestro cuerpo está lleno de secretos, de eso no hay duda. Solo hace unos días, te contábamos como, el simple y cotidiano hecho de que nuestros dedos se arruguen al entrar en o con el agua, no tiene otra explicación que la de la evolución. Con el objetivo de adaptarse a esas "situaciones resbaladizas", nuestra piel ha terminado por adaptarse a ellas, arrugándose para reducir la superficie de o e incrementar la adhesión de los objetos que sostenemos.
Pues bien, como ya sabrás, ese no es el único caso. Cosas que damos por sentadas y que, incluso, nos resultan molestas, pero que tienen una historia que comenzó hace millones de años. Es el caso del hipo, las muelas del juicio, o el propio apéndice. ¿Conocías sus historias?
LA "PIEL DE GALLINA": UN ABRIGO ANTIGUO
Sentir como se te eriza la piel de los brazos o las piernas cuando tienes frío o miedo es, quizás, uno de los comportamientos más humanos. Sin embargo, ¿sabías que es, en realidad, un fenómeno muy animal? Y sí, hablamos literalmente.
Nuestros antepasados peludos, es decir, pequeños mamíferos tratando de sobrevivir al frío o a los depredadores, usaban ese mecanismo para algo muy práctico: cuando sus músculos hacían que el pelo se levantara (un pelo mucho más largo del que poseemos ahora), lo cual atrapaba más el aire y los ayudaba a conservar el calor. Y si estaban en peligro, ese mismo efecto los ayudaba a parecer más grandes y más amenazantes.
Hoy en día, con el paso del tiempo, los humanos hemos ido perdiendo aquellas enormes cantidades de vello corporal por lo que, en realidad, la piel de gallina ya no cumple una función real. Eso sí: es el mejor delator para saber cuando ponerte una chaqueta.
EL APÉNDICE: ¿UNA RELIQUIA VEGETAL?
Seguro que te suena mucho esa frase de “el apéndice no sirve para nada, solo para inflamarse”. Pues bien, aunque es cierto que actualmente no cuenta con ninguna función especial, en el pasado se trató de un órgano prácticamente indispensable.
De hecho, este pequeño tubo que cuelga del intestino grueso, probablemente desempeñó una función realmente importante en la digestión de las plantas. Hace millones de años, cuando nuestros ancestros tenían una dieta mucho más rica en vegetales fibrosos, todo parece apuntar a que el apéndice podría haber ayudado a fermentar y descomponer la celulosa, un componente realmente difícil de digerir.
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Representación del apéndice en el interior del cuerpo humano
A día de hoy, las cosas han cambiado: comemos de todo y, como cocinamos los alimentos, ya no necesitamos tanto esa ayuda. Sin embargo, el apéndice sigue ahí, como un vestigio biológico. Y, ¿lo más curioso? Investigaciones recientes sugieren que, incluso, podría tener algún rol en el sistema inmunológico… Así que, quizás, no sea tan inútil después de todo.
MUELAS DEL JUICIO: UN EXCESO DEL PASADO
¿Dolor de muelas del juicio? Tranquilo, no eres el único. A muchísima gente le crecen torcidas, no le caben en la boca, les generan diversos problemas o tienen que operarse para quitárselas. Y todo, ¿por qué? ¿Para qué tenemos realmente esos dientes tan problemáticos sin los que podemos vivir perfectamente?
Pues bien, la respuesta, una vez más, está en la dieta de nuestros antepasados. Ellos tenían mandíbulas más grandes y comían alimentos mucho más duros, además de crudos, como raíces, nueces o carne sin procesar. Por eso, como es lógico, necesitaban dientes para masticar bien: aquí las muelas del juicio eran una parte indispensable de la ecuación.
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Muela del juicio que nace torcida, impactando contra el molar.
No obstante, con la llegada del fuego, la cocina y los utensilios, nuestra comida se volvió mucho más blanda… y nuestras mandíbulas más pequeñas. Ahora bien, la evolución no va tan rápido como los cambios en nuestras costumbres, por lo que todavía nacemos con muelas que ya no nos hacen falta y que, lamentablemente, muchas veces causan más problemas que beneficios.
EL HIPO: UN REFLEJO ANFIBIO
Quizás, pocas cosas son tan molestas e irritantes como un ataque de hipo. Y cuando aparece, solo quieres hacer una cosa: conseguir que se vaya. ¿Beber agua con la cabeza del revés? ¿Aguantar la respiración? ¿Recibir un susto? Todos tenemos nuestro truquito casero, pero… ¿qué es realmente el hipo?
Pues bien, aunque parezca increíble, el hipo podría ser un reflejo antiguo heredado de los anfibios. Este tipo de animales posee una manera muy especial de tragar aire: tienen la capacidad de cerrar la tráquea para evitar que el agua entre en sus pulmones. Y, curiosamente, el hipo en los humanos tiene un patrón muy similar: una contracción rápida del diafragma seguida de un cierre de la glotis.
Así, todo apunta a que, en algún momento de nuestra evolución, este reflejo tuvo sentido. Sin embargo, hoy en día, es cierto que no poseería su supuesta función original… convirtiéndose en todo un fastidio sin propósito.
Centro Oftalmológico Integral
Este experimento permite detectar el punto ciego del ojo, una zona de la retina sin células sensibles a la luz. Para comprobarlo, se dibuja una cruz y un círculo en una cartulina, se mira la cruz con el ojo derecho (cerrando el izquierdo) y se acerca la cartulina lentamente. En cierto punto, el círculo desaparece de la vista porque su imagen cae justo sobre el punto ciego. Si se sigue acercando, el círculo vuelve a aparecer al salirse de esa zona.
EL PUNTO CIEGO DEL OJO: UN ERROR DE DISEÑO
¿Sabías que tu ojo posee un pequeño “fallo de fábrica”? Se trata del punto ciego, esa zona de tu campo visual donde no puedes ver nada, literalmente. Sin embargo, lo más curioso de todo es que ni siquiera lo notas: tu cerebro se encarga de “rellenar” esa parte con lo que él supone que debería estar ahí.
Pero, ¿por qué existe ese punto ciego ahí? Pues existe una razón: en los vertebrados, los nervios del ojo tienen que atravesar la retina para conectarse con el cerebro. De esa forma, en ese lugar donde todos los “cables” salen del ojo es justamente donde no hay células sensibles a la luz. En cambio, en otros animales, como los calamares, la evolución tomó un camino muy diferente, resultando en que sus ojos no posean ese defecto.
Así que sí, nuestros ojos funcionan bien, pero no son perfectos. De hecho, son el resultado de una evolución que trabaja con lo que tiene, pero no de una forma ideal.