Conoces el efecto de sobra: te ha ocurrido muchas más veces de las que puedes contar. Te metes en la ducha, te relajas en un baño caliente, te das un buen chapuzón en el mar o das unos largos por la piscina, y cuando por fin miras tus manos… ahí están. Los dedos arrugados, casi con aspecto de pasas. Es un detalle al que estamos tan acostumbrados que casi nos parece normal, pero ¿por qué ocurre? ¿es simplemente que la piel se moja demasiado… o hay algo más?
Aunque te parezca increíble, durante muchos años, esa simple pregunta tuvo una respuesta errónea. La tendencia era pensar que el agua entraba en la piel, se hinchaba y, como resultado, se formaban esos pliegues. Sin embargo, como suele ocurrir con el cuerpo humano, la historia es mucho más compleja: hoy sabemos que esas arrugas no son una consecuencia, sino una estrategia. Y no cualquiera: se trata de una táctica evolutiva que, en algún momento de la historia, pudo significar la diferencia entre sobrevivir o no.
UNA IDEA ANTICUADA
Durante mucho tiempo, la explicación popular salía casi de forma automática: los dedos se arrugan porque la piel absorbe agua. Y no hay más. La metáfora era, de hecho, compararlos con una galleta en un vaso de leche. Según esa teoría, el agua entraba en las capas más externas de la piel, la epidermis, haciendo que esta se expandiera de forma desigual y provocando esos pliegues tan característicos.
Y parecía lógico. Después de todo, la piel está directamente expuesta al agua, y su estructura porosa podría permitir que se empape. Por eso, esta explicación fue aceptada por la inmensa mayoría, en parte porque no se había estudiado profundamente, y en parte porque no se pensó que algo tan cotidiano pudiera esconder algo más.
Pero, entonces, comenzaron a surgir datos que no encajaban del todo con esa versión. Y uno de los más importantes para desmontar esta creencia vino directamente de los casos clínicos: pacientes con lesiones nerviosas en manos o pies que no desarrollaban arrugas al mojarse, incluso después de largos periodos. Entonces, ¿qué tenía que ver el sistema nervioso con las arrugas de la piel?
Medical gallery of Blausen Medical 2014
Sistema nervioso simpático
UNA RESPUESTA DEL CUERPO
Este descubrimiento marcó un punto de inflexión. Si las arrugas fueran simplemente el resultado de la absorción de agua, entonces ¿qué importaba si los nervios estaban sanos o no? Pero los estudios eran claros: solo los dedos con sistema nervioso sano se arrugaban.
Pue bien, la respuesta resultó estar en el sistema nervioso simpático, es decir, la parte del cuerpo encargada de controlar funciones automáticas como la dilatación de pupilas, la sudoración o el ritmo cardíaco. Resulta que, cuando los dedos están sumergidos en agua durante minutos, los nervios ordenan que los vasos sanguíneos de la punta de los dedos se contraigan.
Es esa vasoconstricción la que reduce el volumen de la piel y colapsa hacia adentro formando los famosos pliegues. Es decir, el cuerpo arruga los dedos de forma deliberada. Y no es una casualidad ni un efecto secundario: es algo programado y controlado. Y como toda acción del cuerpo, esto tiene una razón de ser.
iStock
FUNCIÓN OCULTA: EL AGARRE
Y aquí es justamente donde la ciencia dio un salto evolutivo. Si el cuerpo activa este mecanismo, ¿por qué lo hace? La hipótesis más convincente nació, justamente, de la biología evolutiva: las arrugas mejoran el agarre en superficies mojadas o resbaladizas. Tal y como si fuesen surcos de la suela del zapato, los pliegues en la piel canalizan el agua y aumentan el o entre los dedos y el objeto que intentamos sujetar.
Pero no es solamente una teoría de palabras en el aire: en 2013, fue puesta a prueba. Un estudio publicado en la revista Biology Letters demostró que los voluntarios con los dedos arrugados eran significativamente más rápidos y eficaces al manipular objetos mojados, en comparación con quienes tenían la piel lisa. Eso sí, en condiciones secas, no habría diferencia.
Desde una perspectiva evolutiva, eso tiene mucho sentido. Nuestros ancestros, antes de vivir en ciudades y en oficinas, debían buscar alimento en entornos húmedos, moverse entre las piedras, raíces y ríos y, no cabe duda, un mejor agarre podía ser la diferencia entre trepar un árbol, recolectar fruta, o resbalar y lesionarse. En otras palabras, todo una diferencia entre la vida y la muerte.