La edad real es ese número que celebramos cada año soplando las velas, marcando el tiempo transcurrido desde nuestro nacimiento. Sin embargo, la edad biológica es una historia más compleja y sutil, escondida en el núcleo de nuestras células, dictando no solo cómo nos sentimos, sino también nuestra susceptibilidad a enfermedades y nuestro vigor general. De hecho, los científicos describen la edad biológica como la suma de deterioros cuantificables presentes en nuestro organismo.
Por esa razón, el tiempo no avanza de forma uniforme para todos. Mientras que para algunos parecen danzar al ritmo de una juventud perdurable, otros llevan las marcas de una madurez prematura. Esta divergencia, más allá de ser un capricho del destino, esconde claves biológicas que los científicos tratan de esclarecer a fin de aumentar la longevidad de los seres humanos.
Programados para morir
Desde finales del siglo XIX, la ciencia ha explorado la idea de que nuestra existencia está intrínsecamente diseñada hacia un final inevitable, una noción introducida por el biólogo alemán August Weismann bajo la denominación de "hipótesis de la muerte programada". Esta teoría sugiere que, de alguna manera, estamos predestinados a envejecer y morir como parte de un guion biológico escrito en nuestros genes.
No obstante, el envejecimiento y la muerte son procesos aún más complejos y multifacéticos. Un avance significativo en esta área llegó de la mano del Premio Nobel de Fisiología o Medicina Peter Medawar en los años 1940, quien propuso una nueva perspectiva que revolucionó la comprensión moderna del envejecimiento.
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La edad biológica es considerada como un indicador del estado real del cuerpo. A diferencia de la edad cronológica que solo se basa en el tiempo que ha pasado desde el nacimiento, la edad biológica se corresponde con nuestro estado funcional interno y es un concepto fisiológico que informa sobre el envejecimiento de nuestras células, tejidos, órganos y sistemas.
Medawar sugirió que la selección natural pierde eficacia para contrarrestar los efectos perjudiciales de las mutaciones a medida que cumplimos años. Esta idea se puede compararse con el dilema de reparar un coche antiguo: llega un punto en el que invertir en arreglos costosos no se justifica, y resulta más razonable adquirir uno nuevo. En la naturaleza, durante nuestros años más vitales, especialmente en la etapa reproductiva, cualquier esfuerzo para preservar la vida es fundamental. Sin embargo, con el tiempo, nuestro cuerpo acumula mutaciones y alteraciones que la selección natural no tiene un incentivo práctico para eliminar. Este fenómeno se conoce como la “hipótesis de la acumulación de mutaciones”.
Paralelamente, el fenómeno de la apoptosis, o suicidio celular, subraya cómo nuestras células, al alcanzar un cierto nivel de daño, se autodestruyen, un mecanismo aún en estudio pero claramente identificado en especies como el nematodo Caenorhabditis elegans. Este proceso de autodestrucción celular, lejos de ser un defecto, es un mecanismo regulado que mantiene la salud del organismo hasta que la acumulación de daños hace que se active en mayor medida durante la vejez.
La importancia de los telómeros
Es un hecho que nuestro organismo posee una capacidad regenerativa asombrosa: a medida que las células mueren, nuevas células nacen de su división. No obstante, esta capacidad no es infinita y aquí radica un dilema fundamental de la biología celular. Cada especie tiene un límite predeterminado en el número de divisiones celulares posibles.
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El acortamiento telomérico contribuye al envejecimiento.
Este límite está intrínsecamente ligado a los telómeros, estructuras ubicadas en los extremos de los cromosomas que se acortan progresivamente con cada división celular. Los telómeros actúan como capas protectoras para nuestro material genético pero, a medida que se acortan, pierden su capacidad de protección, conduciendo eventualmente al envejecimiento celular.
En este contexto, los telómeros largos se asocian con una mayor longevidad, aunque, inevitablemente, el acortamiento telomérico llega para todos. Los estilos de vida saludables, la dieta, el ejercicio, e incluso la meditación han demostrado tener efectos beneficiosos en la longitud de los telómeros y la expresión genética, ofreciendo una prometedora vía para mantener nuestras células "jóvenes" y, por ende, mejorar nuestra salud y longevidad.
Esta perspectiva nos lleva a la revolucionaria idea de que el envejecimiento podría ser tratado no como un inevitable declive, sino como una "enfermedad" susceptible de ser prevenida o curada. Pero ¿hasta qué punto?
El timo, la terapia genética y los senolíticos
El debate sobre la interrelación y la prioridad de distintos procesos biológicos en el tratamiento del envejecimiento es complejo, de modo que existen múltiples vías de investigación. Por ejemplo, algunos estudios apuntan a la teoría de que el envejecimiento inmunológico, un declive en la eficacia del sistema inmune, podría contrarrestarse actuando sobre el timo. Esta glándula, esencial para el desarrollo de linfocitos T, disminuye su función con la edad. Gregory Fahy, reconocido criobiólogo y director científico en Intervene Immune, propuso que la hormona del crecimiento recombinante, usada tradicionalmente para trastornos del crecimiento, podría rejuvenecer el timo y, con ello, reforzar las defensas naturales del cuerpo.
Fahy, inspirado por investigaciones previas que lograron rejuvenecer el sistema inmune de ratas mediante células productoras de hormona del crecimiento, decidió aplicar este enfoque en humanos, a pesar de los riesgos asociados, como un mayor riesgo de cáncer y diabetes tipo 2. Para mitigar estos efectos, incorporó metformina y DHEA, una hormona que regula los niveles de azúcar en sangre, ambos compuestos con potencial antienvejecimiento. La metformina, en particular, es objeto de estudios por su posible capacidad para reducir la incidencia de enfermedades neurodegenerativas y cáncer, sugiriendo un enfoque multifacético en la lucha contra el envejecimiento.
Otro enfoque igualmente destacado en la búsqueda de aumentar la longevidad humana es el de la terapia génica, que implica modificar los genes dentro de las células para tratar o prevenir enfermedades. La edición de genes, especialmente con herramientas como CRISPR-Cas9, permite correcciones precisas en el ADN que podrían retrasar el envejecimiento o revertir enfermedades relacionadas con la edad.
En el ámbito de la farmacología, los senolíticos representan una de las estrategias más prometedoras en la investigación antienvejecimiento. Estos compuestos están diseñados para identificar y eliminar las células senescentes, un tipo de célula que ha entrado en un estado de "paro de crecimiento" permanente y ya no es capaz de dividirse. Aunque la senescencia celular es un mecanismo natural de defensa contra el cáncer, con el tiempo, la acumulación de células senescentes en los tejidos puede contribuir significativamente al proceso de envejecimiento y al desarrollo de enfermedades relacionadas con la edad.
Los senolíticos buscan abordar estos problemas eliminando selectivamente las células senescentes. Al hacerlo, se espera reducir la inflamación crónica, mejorar la función tisular y posiblemente retardar o revertir diversos aspectos del envejecimiento biológico. Esta estrategia también tiene el potencial de prevenir o mitigar enfermedades relacionadas con la edad, como las enfermedades cardiovasculares, la diabetes tipo 2, las enfermedades neurodegenerativas y ciertos tipos de cáncer. Hasta la fecha, varios compuestos han demostrado tener propiedades senolíticas en modelos experimentales.
En 2023, un equipo de la Universidad de Edimburgo y el Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria descubrió tres senolíticos usando algoritmos de inteligencia artificial. No obstante, aunque los resultados preliminares son prometedores, aún queda mucho trabajo por hacer para trasladar estos hallazgos al ámbito clínico.
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Modificando el reloj epigenético
El concepto de edad biológica fue popularizado por el médico Alex Comfort en 1969, aunque su medición concreta eludió a los científicos durante años. El trabajo de Steve Horvath en 2013 marcó un punto de inflexión en nuestra comprensión del envejecimiento a nivel molecular. Su enfoque se centró en el campo de la epigenética, que estudia cómo los factores ambientales y los comportamientos pueden influir en la expresión de nuestros genes sin alterar la secuencia del ADN subyacente. Específicamente, Horvath se interesó en los cambios epigenéticos que se acumulan en el ADN a lo largo de la vida de una persona.
Estos cambios se manifiestan a través de la adición o eliminación de marcas químicas, como los grupos metilo, en el ADN. Estas marcas epigenéticas pueden activar o desactivar genes, afectando la función de las células sin cambiar la secuencia de ADN. Este proceso es dinámico y refleja la historia biológica de un individuo, incluyendo la exposición a factores ambientales, el estilo de vida y las enfermedades.
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Horvath analizó patrones de metilación del ADN, uno de los mecanismos epigenéticos más estudiados, en más de 8.000 muestras de tejido, abarcando diferentes tipos de tejidos y órganos, y una amplia gama de edades. Su análisis reveló que ciertos sitios de metilación en el genoma cambian de manera predecible con la edad. Basándose en estos patrones, desarrolló un algoritmo, conocido como el "reloj epigenético", que puede estimar la edad biológica de una persona con notable precisión, midiendo la metilación del ADN en diversas partes del cuerpo.
Este reloj epigenético no solo proporciona una estimación de la edad biológica de un individuo, que puede diferir significativamente de su edad cronológica, sino que también ofrece una visión sin precedentes de cómo el proceso de envejecimiento puede variar entre individuos. Además, abre la puerta a una mejor comprensión de cómo ciertos estilos de vida y factores ambientales pueden influir en el envejecimiento, y potencialmente, cómo podríamos intervenir en este proceso.
De hecho, varias empresas han empezado a comercializar pruebas que prometen un examen de nuestra edad biológica utilizando la tecnología de los relojes epigenéticos, como son Elysium Index, EpiAging o myDNAge. Estas pruebas, que suelen costar alrededor de 300 dólares, analizan muestras de sangre o saliva para evaluar los patrones de metilación del ADN, comparándolos luego con bases de datos que reflejan los promedios de la población, con el fin de estimar la edad biológica de una persona.
El mercado también ofrece métodos alternativos a los relojes epigenéticos para evaluar la edad biológica, utilizando análisis de sangre tradicionales como los niveles de colesterol o la hemoglobina A1C. Estas pruebas se basan en la premisa de que ciertos indicadores sanguíneos varían con la edad y podrían reflejar la edad biológica de una persona.
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La fuente de la eterna juventud
Steven Austad, biólogo de la Universidad de Alabama en Birmingham, y S. Jay Olshansky, otro destacado investigador en el campo de la gerontología, representan dos visiones contrapuestas sobre el potencial futuro de la extensión de la vida humana. De hecho, ambos realizaron una apuesta pública a propósito de la creencia de Austad de que los avances en la ciencia biomédica eventualmente permitirán a las personas vivir vidas significativamente más largas, hasta el punto de que no resulta raro que alguien pueda llegar a los 150 años. Por otro lado, Olshansky mantiene una postura más conservadora, sugiriendo que existen límites biológicos intrínsecos a la vida humana que no pueden ser fácilmente superados. La apuesta se formalizó con ambos investigadores depositando 150 dólares cada uno en un fondo de inversión, con el acuerdo de que el ganador o sus herederos reclamarían los rendimientos en el año 2150.
Este debate no es solo una cuestión de opiniones personales; refleja un diálogo más amplio entre la gerontología y la biomedicina sobre cómo la ciencia puede abordar los procesos de envejecimiento. Los avances en áreas como la genética, la terapia celular y la medicina regenerativa alimentan la esperanza de que algún día sea posible no solo prolongar la vida sino también mejorar la calidad de vida en las etapas avanzadas.
Sin embargo, los expertos advierten que, a pesar de su potencial, tanto estas tecnologías como las pruebas que ya se comercializan aún están en las etapas iniciales de desarrollo y validación. La relación entre los biomarcadores específicos y el procesode envejecimiento es compleja y no está completamente entendida. Además, la variabilidad individual en estos biomarcadores puede ser significativa, lo que dificulta la interpretación de los resultados para un individuo específico. De modo que, aunque siempre anhelamos la fuente de la eterna juventud, lo cierto es que aún estamos en los albores de comprender completamente y aplicar estos conocimientos de manera efectiva y segura.
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la geografía de la larga vida
El explorador Dan Buettner decidió en 2012 estudiar la forma de vida de lo que él llamó los pueblos azules, los más longevos del planeta. Junto a su equipo, observaron tres rasgos característicos:
1. La dieta azul de los que más viven
La dieta en estos lugares da prioridad a los vegetales frente a las carnes y las grasas y el consumo de calorías es moderado. Esto coincide con los últimos hallazgos que indican que un exceso de calorías oxida las células y las envejece. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison y el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (EE. UU.) reveló que los primates (con los que compartimos el 93% del ADN) que ingirieron dietas reducidas ganaron tres años de vida respecto a los que pudieron comer a su antojo. En humanos, el equivalente sería alargar la vida nueve años.
2. Las relaciones en la tierra de los inmortales
Así se conoce popularmente a Okinawa, el pueblo de Japón donde viven más de 400 centenarios. En este lugar las personas mayores tienen círculos sociales muy activos. Y lo mismo pasa en Icaria.
3. El arte de moverse con relativa calma
En todas las zonas azules se realizan diversas tareas físicas a diario, pero son actividades suaves. Curiosamente, un estudio del Centro Alemán de Enfermedades Neurodegenerativas (DZNE) concluyó que bailar, un ejercicio suave, mejora los síntomas de deterioro cognitivo más que cualquier otra actividad.