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Águila calva, el regreso del ave más emblemática de Estados Unidos

El símbolo nacional de Estados Unidos vuelve a dominar los cielos del país. Su recuperación se debe al indudable éxito de las políticas de conservación.

Sergi Alcalde National Geographic
Sergi Alcalde

Periodista especializado en ciencia, sociedad y medio ambiente

Actualizado a

Planeo de un águila calva
Shutterstock

Durante decenios, las águilas calvas han sobrevivido a la persecución y a los pesticidas. La prohibición del DDT en la década de 1970 propulsó la recuperación de sus poblaciones. 

Dicen que cuando el Segundo Congreso Continental, celebrado en 1775, proclamó la elección del águila calva como símbolo de los Estados Unidos, Benjamin Franklin entró en cólera. En una carta a su hija, renegó de esta decisión, afirmando que el águila era un animal con "mala moral", pues robaba la comida de los halcones y se asustaba fácilmente cuando se le acercaba un ave de pequeño tamaño. Propuso sustituirlo por el pavo, un ave que, a pesar de ser "un poco vanidosa y tonta" como mínimo se buscaba su propio alimento.  

Franklin tenía parte de razón para ponerse tan irascible. A pesar de su aparente majestuosidad, el águila calva no es ni un hábil depredador ni una rapaz temida. En realidad, es un ave oportunista, en ocasiones carroñera. Tienen la mala fama de robar a las capturas a las águilas pescadoras, más pequeñas, y cuando decide pescar, no se sumerge en el agua, como hacen otras rapaces pescadoras, sino que se limita a buscar cerca de la superficie.  

Pero esa naturaleza poco épica no es ápice para desmerecer su importancia en las culturas del continente. Los pueblos nativos americanos llevaban años irando a estas aves, a las que otorgan la capacidad de llevar las plegarias al Gran espíritu y  tener una conexi��n especial con las visiones. Sus plumas engallaban los penachos, y sus huesos se usaban para fabricar silbatos y flautas que se empleaban en ceremonias y en rituales religiosos, por eso se las venera en ceremonias y todo tipo de danzas sagradas.

Para los antiguos pobladores de Estados Unidos, el águila calva se consideraba un animal tan poderoso que su carne estaba totalmente prohibida. Algunas leyendas aducen que quien ose darle un bocado se convertirá en un monstruo. 

Cuando uno observa de cerca un águila calva, con su impactante silueta y característico pico curvado del que se valen para capturar y desmenuzar sus presas, no es difícil imaginar la iración que despertaban entre propios y extraños. No en vano, tienen unos 2 metros de envergadura alar y pesan entre 4 y 6 kilos, lo que las convierte en el mayor rapaz de América del Norte después del cóndor californiano. 

Pero estas aves no siempre fueron objeto de devoción. Cuando los colonos europeos arribaron a América del Norte a finales del siglo XV, las cazaban aduciendo que mataban el ganado, una tendencia que siguió a lo largo de los años y que alcanzó su cénit a principios de siglo XX, durante la fiebre de oro de Alaska, cuando pescadores y criadores de zorros alegaban que las águilas les arrebataban su modo de vida.

Se calcula que cuando en 1953 se revocó una ley que ofrecía recompensas por su captura habían sido abatidos más de 100.000 ejemplares, y que se necesitaron 20 años para que la población se recuperará del todo.  

Águila al acecho
Shutterstock

Un águila calva otea el territorio desde las alturas. Estas aves peden alcanzar más de 2 metros de envergadura alar. 

Aunque las autoridades otorgaron a estas aves de cierta protección en virtud de la Ley del Tratado de Aves Migratorias de 1918, las poblaciones de águila calva siguieron descendiendo en picado hasta mediados del siglo XX. No fue hasta 1940 cuando recibieron una protección especial en virtud de una normativa ‘ad hoc’, la Ley de Protección del Águila Dorada  (en referencia al segundo nombre con el que se conoce a esta especie).

Sin embargo, la ley no contemplaba un enemigo invisible: el DDT, cuyo uso generalizado durante las décadas de 1940 y 1950 acabó con extensas poblaciones de águilas y otras aves, algo que recogía la famosa obra Primavera Silenciosa, de Rachel Carson. Se calcula que en los años setenta solo quedaban unas 400 parejas reproductoras al sur del paralelo 48.  

Por suerte, la prohibición de este agente tóxico en la década de 1970 propulsó la recuperación de estas aves, que en 1995 dejaron de ser consideradas "en peligro" y pasaron a ser catalogadas como "amenazadas". En 2007 había casi 10.000 parejas reproductoras en los 48 estados contiguos, mientras que hoy se estima que sus poblaciones ascienden hasta los 316.000 individuos, de los cuales 71.467 eran parejas reproductoras, según datos del Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos. 

Para los conservacionistas, la recuperación de estas aves es siempre una buena noticia. No solo por su valor intrínseco, sino también porque las repercusiones que tiene sobre el resto del ecosistema, habida cuenta de que se trata de un depredador situado en la cúspide de la cadena alimentaria. 

Hoy estas majestuosas aves vuelven a reinar en los cielos de Estados Unidos. Su inestimable progreso responde al éxito de unas medidas de conservación que en poco tiempo las ha llevado de estar al borde de la extinción a tener un futuro prácticamente asegurado.  

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