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Este hombre se inyectó veneno de serpiente durante décadas. ¿Pueden sus anticuerpos ayudar a futuras víctimas de mordeduras?

El atípico experimento llevado a cabo por un amante de las serpientes arroja luz, y sombras, sobre la autoexperimentación para fines científicos.

Sergi Alcalde National Geographic
Sergi Alcalde

Periodista especializado en ciencia, sociedad y medio ambiente

Actualizado a

Serpientes venenosas
Shutterstock

La cobra de monóculo (Naja kaouthia). Se trata de una especie venenosa, portadora de neurotoxinas y citoxinas.

Más allá del archiconocido y parodiado Iñigo Montoya, una de las escenas más recordadas de La princesa prometida, la popular novela romántica de fantasía publicada en 1973 por William Goldman, muestra a dos personajes que se retan a una suerte de ‘ruleta rusa’ en la que deben beber dos copas de vino, una de ellas teóricamente envenenada.

Sorprendentemente, el ganador y superviviente acaba reconociendo, una vez acabado el envite, que, en realidad, ambas copas estaban envenenadas, y que él había sobrevivido gracias a que había desarrollado una inmunidad innata a aquella ponzoña.

Una escena parecida ha tenido lugar en la vida real. Se trata del experimento protagonizado por Tim Fried, un mecánico de camiones aficionado a las serpientes que llevaba 20 años inyectándose voluntariamente veneno de ofidios letales. Una excéntrica iniciativa que ha desembocado en una investigación científica destinada a comprobar hasta qué punto sus anticuerpos puede servir, tanto a él como a otras personas para desarrollar antídotos contra esta ponzoña.  

La afición de Fried por las serpientes le viene desde adolescente. Empezó a coleccionarlas cuando era estudiante de secundaria hasta acumular un buen número de especies venenosas, como cobras y mambas, ofidios que podrían acabar con su vida con una simple mordida.

Un día se le ocurrió que, en vez de almacenar los antídotos para todas aquellas criaturas ponzoñosas, podía probar algo más radical: entrenar su propio sistema inmunitario para defenderse de los venenos, una técnica muy parecida a la que usan los fabricantes de antídotos para inmunizar a animales domésticos, como caballos y ovejas.  

Una locura que se le pudo ir de las manos, pues en una ocasión la mordedura de una cobra egipcia y una de monóculo (Naja kaouthia) le llevaron al hospital, donde pasó cuatro días en coma. Pero Goldman no desistió en su intento. Siguió inyectándose pequeñas dosis de veneno, hasta 850 en unos 20 años, de muchas especies diferentes, en un ejercicio de supervivencia que se ha convertido en un experimento científico.  

 

Veneno autoinoculado
Caters/ SIPA

El científico aficionado decidió dar uso a las serpientes que coleccionaba. ¿Qué tal si probaba su veneno">