Su nombre es abeja europea, aunque en realidad está presente en todo el mundo. Su origen, sin embargo, se remonta muy lejos del Viejo Continente. En realidad surgieron en Asia hace unos 300.000 años. Sin embargo, se distribuyeron muy rápidamente por África y Europa hasta convertirse en un insecto polinizador, no solo indispensable para la producción de miel, sino también para la polinización de los cultivos.
Al igual que sucede con otras especies melíferas, Apis mellifera forma una comunión perfecta con las flores que frecuenta. Al transportar el polen y el néctar de flor en flor, los polinizadores y las plantas fanerógamas evolucionaron conjuntamente hace millones de años, estableciendo así una relación perfecta. Ello explica, por ejemplo que los insectos sean indispensables para los cultivos. Y es que se calcula que más de una tercera parte de la producción agrícola mundial depende directamente de su existencia.
Y en ese proceso, Apis mellifera se beneficia claramente de la intervención humana. Hace un siglo, muchos cultivos eran polinizados únicamente por abejas silvestres. Sin embargo, con el tiempo aquellas granjas familiares se transformaron en grandes fincas agroindustriales, lo que acabó causando estragos a la abeja europea. El problema es que estos insectos necesitan alimentarse durante la mayor parte del año, pero los campos destinados al monocultivo únicamente producen flores durante unas semanas. Además, los herbicidas empleados en estos latifundios acaban con las malas hierbas que pueden sustentar a estos y otros insectos polinizadores durante el tiempo en que las flores no abundan.
En algunas regiones, como las Grandes Llanuras de Estados Unidos, la disminución del número de abejas hizo que muchos agricultores hayan tenido que recurrir a medidas drásticas: alquilar colmenas a los apicultores comerciales y transportarlas en grandes camiones de una finca a la otra. Acciones como esta han convertido a la abeja europea en la especie con el área de distribución más amplia de todo el planeta, presente en todos los continentes del mundo, a excepción de la Antártida.
Más de una tercera parte de la producción agrícola mundial depende de las abejas.
Precisamente debido a su gran ubicuidad, y al hecho de que es la especie que produce la miel que consumimos, hicieron que Apis mellifera sea también la especie más estudiada del mundo. Los apicultores han medido de cerca todos sus movimientos, registrando las principales amenazas, especialmente los casos de mortandad repentina.
En 2007, las noticias sobre lo que en su día llamaron ‘síndrome del despoblamiento de las colmenas’ hicieron saltar las alarmas en Europa y América, donde se alertaba de que la desaparición de las abejas europeas podría acabar provocando una amenaza para la agricultura en todo el mundo.
Aquella acusada despoblación no se debía, sin embargo, a una única causa, sino a la suma de varias: la acción de las plagas, la pérdida de hábitat, la proliferación de sustancias tóxicas y la acción de un invitado inesperado: un ácaro llamado Varroa que causa estragos en estos insectos: se adhieren a las abejas como garrapatas, les succionan la hemolinfa -un fluido parecido a la sangre- y debilitan el sistema inmunitario.
Shutterstock
Abeja reina (marcada), rodeada de abejas obreras. Las abejas melíferas son insectos eusociales con una compleja distribución del trabajo y un rígido sistema de castas.
Como las abejas se agolpan en colmenas, el ácaro lo tiene muy fácil para diseminarse. Como consecuencia de ello, en poco tiempo una colmena entera puede quedar completamente despoblada. Para solucionar el problema, muchos apicultores recurren a plaguicidas, que en muchos casos acaban siendo contraproducentes para el medio ambiente. En la Unión Europea, donde hace años se prohibieron los pesticidas de la familia de los neonicotinoides, las istraciones públicas llevan años investigando las posibles causas del despoblamiento de las colmenas de Apis mellifera.
No todas las abejas están igualmente amenazadas
Pero que las abejas europeas sean vulnerables a la acción de estos ácaros y a los estragos del cambio climático no significa que se encuentren en peligro de extinción. Actualmente, existen unas 20.000 especies de abejas, 156 de las cuales están catalogadas como vulnerables, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN); 20 están clasificadas en la categoría de ‘en peligro’ y 11 como ‘en peligro crítico’. La ubicua abeja europea no se encuentra en ninguna de esas categorías, aunque algunas poblaciones silvestres se han visto gravemente reducidas en las últimas décadas. "La gente suele asociar la crisis de las abejas a Apis mellifera, cuando esta especie precisamente no es la que está más amenazada", explica a National Geographic Jesús Quintano, experto en polinizadores de WWF.
Las abejas no solo necesitan recursos alimenticios, también precisan de recursos de nidificación.
Las amenazas de la intensificación agraria y el cambio climático afectan con mayor intensidad a las abejas silvestres, especialmente a las que viven en el suelo, las cuales representan un 70% de las cerca de 20.000 especies documentadas, según el experto. "Las especies asociadas a ambientes agrarios se ven muy afectadas por el uso de pesticidas y por la desertificación -apunta Quintano-. Un cambio repentino en las condiciones del suelo puede tener efectos drásticos en la vida de estas abejas. Por ejemplo, puede provocar que emerjan antes de tiempo, o que la floración se produzca después, lo que da lugar a un desacoplamiento con las plantas de las que dependen para sobrevivir". Algo parecido ocurre con especies muy especializadas, como las que nidifican en las conchas de caracol. "Si esas conchas no se reponen con el tiempo y desaparecen del terreno, puede dar lugar a extinciones locales", pues las abejas no solo necesitan recursos alimenticios, también precisan de recursos de nidificación.
En torno al 9% de las 2.000 especies de abejas europeas está en peligro.
Colmenas urbanas: un arma de doble filo
El hotel B&B de Liubliana, en Eslovenia, es un lugar idóneo para los amantes del turismo sostenible. Situado en un tranquilo parque próximo a una zona peatonal, este hotel urbano y ecológico es el epicentro del turismo sostenible del país. Tanto es así que en 2015 decidieron dar un paso más, instalando en su azotea un de abejas con ayuda de un apicultor de la zona. De este modo, pensaban que contribuían a la protección de estos insectos, al tiempo que impulsaban la polinización de las plantas. Una idea que cobra sentido si no se tiene en cuenta que el insecto que se utiliza a tal efecto, la abeja europea, es básicamente una especie comercial, cuyas poblaciones no están precisamente en grave peligro.
A veces, las buenas intenciones no son suficientes. Las entidades conservacionistas han repetido tanto que las abejas están en peligro que en los últimos años ha aumentado considerablemente la concienciación ciudadana acerca de la importancia de proteger a estos insectos polinizadores. Igual que lo sucedido en Liubliana, abundan los casos de acciones destinadas a favorecer su proliferación, por ejemplo, plantando árboles o reduciendo el uso de insecticidas. En algunos casos, la población ha ido más allá. ¿Qué tal si construimos colmenas en la ciudad? A simple vista, tiene sentido:, alguien puuede pensar "si las abejas están en declive, aumentemos su número".
Sin embargo, estos esfuerzos pueden hacer más mal que bien. Aunque es cierto que el ácaro ha acabado con un gran número de abejas, no es verdad que las colmenas estén disminuyendo en todos los países. Según datos de la FAO, su número ha aumentado casi un 26% a lo largo de la última década, pasando de unos 81 millones hasta más de 100 millones. ¿Por qué, entonces, persiste esa idea de que hay que salvarlas a toda costa?
Muchos conservacionistas alegan que el problema no es salvar a Apis mellifera, cuyas poblaciones no se encuentran en grave peligro, sino a muchas de las otras 20.000 especies de insectos polinizadores cuyas poblaciones están desapareciendo en estado salvaje. La mayoría de ellas no polinizan, pero ello no significa que no sean indispensables para la flora.
Shutterstock
Los insectos polinizadores ayudan a las plantas con flor a transportar el polen a largas distancias.
Es más, la presencia de la abeja europea causa estragos también en otras especies que sí lo son. El aumento del número de colmenas aumenta la competencia con insectos urbanos menos carismáticos que las abejas, pero igualmente importantes para la polinización de planta y cultivos, como pueden ser las polillas, las avispas u otras especies de abejas silvestres, a las que la introducción de Apis mellifera puede acabar causando auténticos estragos.
"Cuando aumentamos la población de abeja europea en un lugar determinado, creamos una gran competencia con las especies silvestres que habitan en el mismo medio", apunta Quintano, quien compara este fenómeno con el aumento de comensales de un restaurante que tienen un número limitado de mesas".
"Una colmena puede tener entre 10.000 y 60.000 o 70.000 individuos, con lo que colocar entre 5 y 10 colmenas en un entorno urbano puede tener un enorme impacto en términos de competencia por los recursos para unas especies silvestres que en muchos casos han encontrado en los entornos urbanos un oasis en el que escapar de los estragos de las tierras agrícolas", sostiene.
Y es que las ciudades no son solo centros de contaminación y residuos, también pueden constituir auténticos refugios para algunas especies animales, entre ellas algunas abejas silvestres. Para muestra, el sorprendente hallazgo recientemente documentado en un estudio publicado en la revista científica Urban Ecosystem. Los investigadores descubrieron que los pavimentos urbanos pueden constituir un refugio perfecto para una gran cantidad de insectos que habita en el suelo, en particular abejas y avispas silvestres.
Como conclusión, podríamos deducir que todas las abejas son cruciales para la naturaleza, pero no todas ellas están igualmente amenazadas. Saber discriminarlas es vital para protegerlas, no solo a ellas, también a nuestros cultivos.