@font-face{font-family:'Figtree';font-style:normal;font-weight:300 900;font-display:swap;src:url('/Content/skins/ng2022/fonts/Figtree/Figtree.woff2') format('woff2')}@font-face{font-family:'Figtree';font-style:italic;font-weight:300 900;font-display:swap;src:url('/Content/skins/ng2022/fonts/Figtree/Figtree-italic.woff2') format('woff2')}

{{text}}

{{partText}}

{{partClaim}}

{{Text}}

`, uniqueTemplate: `

¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión

Lee {{artTitle}} por un módico precio.

Suscríbete ahora

`, returnText: `No me interesa`, text: `Este contenido es exclusivo para suscriptores.`, partImg: `/medio/2023/05/16/portada-planeta_31e7e28b.png`, partImgTablet: `/medio/2023/05/16/portada-planeta_31e7e28b.png`, partText: `

Sigue leyendo todo el contenido exclusivo por solo 1€/mes

`, partClaim: `Suscríbete por 1€/mes`, Text: `¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión`, } };

¿Qué originó la guerra entre Rusia y Ucrania? El conflicto explicado de una manera sencilla

sc Serra, experto en relaciones internacionales, desentraña las raíces históricas y políticas del conflicto ruso-ucraniano y sus posibles salidas.

Actualizado a

Ucrania-Rusia
AP / Cordon Press

Un bombero toma un descanso en las inmediaciones de un edificio destruido por un ataque ruso en Sumy, Ucrania, el 13 de abril de 2025.   

Mucho antes de que existieran Rusia o Ucrania, ya florecía en las orillas del Dniéper un Estado poderoso y sofisticado: la Rus de Kiev. Mil años después, ese lejano origen se ha convertido en el centro de una batalla política, cultural y militar que sacude Europa. 

¿Quién puede reclamar legítimamente su legado? ¿Y por qué Vladimir Putin considera que Kiev es "la cuna" de Rusia? En esta entrevista, sc Serra, Profesor de Relaciones Internacionales en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y especialista en conflictos nacionales en el espacio de la antigua URSS y en las relaciones entre Rusia y la UE, analiza cómo Rusia utiliza el pasado medieval para justificar la invasión del presente, y cómo Ucrania responde con una narrativa propia que reivindica su autonomía histórica, cultural y lingüística.

Serra explica también los hitos históricos y simbólicos que han moldeado las identidades de ambos países y cómo una historia milenaria ha sido reinterpretada para ser utilizada como arma de propaganda en plena guerra.

National Geographic: ¿Qué fue la Rus de Kiev y por qué es tan importante para entender el origen de Rusia y Ucrania?

sc Serra: La Rus de Kiev fue un Estado medieval, poco conocido en Occidente pero muy influyente en Europa del Este. Surgió entre los siglos VIII y XIII y alcanzó su apogeo a finales del siglo X. En términos de poder e influencia, fue comparable al Imperio Carolingio. Tanto Rusia como Ucrania lo consideran un referente histórico, aunque desde perspectivas distintas. La Rus de Kiev desapareció en 1250, tras la invasión de los tártaros, pero su legado sigue muy presente en el imaginario nacional de ambos países.

Un momento clave para la historiografía rusa es el bautismo del príncipe Vladímir en el año 988, en la ciudad de Kherson. Este acto marca, para los rusos, el nacimiento de su nación. La conversión al cristianismo del príncipe y de las élites no solo implicó un cambio religioso, sino también político: significaba entrar en el mundo "civilizado", con el que se podía negociar. Era una forma de reconocimiento entre los estados europeos. Por eso, para Rusia, ese bautismo simboliza la adopción de una identidad cristiana y europea.

National Geographic: ¿Quién puede reclamar legítimamente el legado de la Rus de Kiev? ¿Rusia o Ucrania?

sc Serra: Aquí es donde surgen las grandes divergencias. La historiografía rusa sostiene que con el bautismo de Vladímir nace Rusia. En cambio, muchos historiadores occidentales y los propios ucranianos sitúan el origen de Rusia en el siglo XIV o XV, alrededor del principado de Moscú. Para los ucranianos, la Rus de Kiev se fragmentó en múltiples territorios que evolucionaron por separado, y de esa dispersión surgieron tres naciones distintas: Rusia, Ucrania y Bielorrusia.

 

Ucrania-Rusia
AP / Cordon Press

Un tanque ruso destruido y cubierto de nieve en Sviatohirsk, Ucrania, en 2023. 

National Geographic: ¿Cómo utiliza Rusia esta narrativa histórica en su propaganda actual?

sc Serra: Desde la perspectiva rusa, Ucrania es una parte inseparable de la historia rusa. En su discurso del 21 de febrero de 2022- tres días antes de la invasión militar de Rusia en Ucrania- Putin afirmó que la nación ucraniana es una creación reciente, impulsada por Occidente y, en parte, por Lenin. Para él, Rusia nace en Kiev, y todo lo que ha ocurrido después forma parte de una continuidad histórica. Esta narrativa niega la legitimidad de Ucrania como nación independiente y presenta su existencia como una usurpación.

National Geographic: ¿Y qué visión tiene Ucrania de ese pasado común?

sc Serra: Para los ucranianos, la Rus de Kiev no se transformó directamente en Rusia, sino que desapareció y dio origen a varias culturas distintas. Su interpretación es que Ucrania nace de ese mismo legado, pero como una evolución autónoma. Aunque ambos países reclaman la Rus de Kiev como origen, sus relatos son opuestos: Rusia ve una continuidad histórica, mientras que Ucrania defiende una ruptura y una identidad nacional propia.

El idioma también se ha convertido en un campo de batalla simbólico. Aunque el ruso y el ucraniano no son lenguas tan distintas —como ocurre con muchas lenguas eslavas—, hay un debate sobre su legitimidad. Algunos en Rusia niegan incluso que el ucraniano sea una lengua independiente. Sin embargo, ya a principios del siglo XX, la Academia de Ciencias del Imperio Ruso reconocía su existencia, lo que desmonta esas afirmaciones.

National Geographic: ¿Cómo ha evolucionado históricamente el vínculo entre Rusia y Ucrania desde la Edad Media?

sce Serra: Aunque Rusia sostiene que Ucrania siempre ha formado parte de su espacio histórico, lo cierto es que durante siglos gran parte de Ucrania perteneció a otras entidades, como el Reino de Polonia o la Confederación Polaco-Lituana. En el siglo XVII, surge un estado semiautónomo en territorio ucraniano, el Hetmanato cosaco, que se alía con Rusia en busca de protección frente a las incursiones de los tártaros de Crimea, quienes realizaban razias para capturar esclavos. Esta alianza con Moscú, en 1654, fue más pragmática que identitaria.

National Geographic: ¿Cómo se integra Ucrania en el Imperio ruso?

sc Serra: A partir del siglo XVIII, Rusia ya era una potencia militar consolidada y comenzó a expandirse hacia el sur, dominando finalmente a los tártaros de Crimea y anexionando la propia península. Inicialmente, el Hetmanato tenía cierta autonomía dentro del Imperio ruso. Sin embargo, con el tiempo, los zares la eliminaron por completo.

La conquista del sur de Ucrania permitió a Rusia fundar nuevas ciudades estratégicas, como Odesa, Khersón, Sebastopol, Simferópol o Melitópol. Muchas de ellas terminan en “-pol” por influencia griega, evocando la idea de “polis”. Estas ciudades fueron pobladas en su mayoría por rusos, aunque también llegaron colonos de toda Europa, lo que dio lugar a una notable diversidad cultural y lingüística.

Odesa se convirtió en uno de los grandes símbolos del Imperio ruso en el Mar Negro. Fundada sobre un asentamiento turco, fue diseñada al estilo europeo bajo Catalina la Grande. Arquitectos y urbanistas —en su mayoría italianos— dieron forma a una ciudad planificada, elegante y cosmopolita. Durante mucho tiempo, incluso el italiano fue lengua común. Su primer alcalde fue Josep de Ribas, hijo de catalanes nacido en Nápoles, cuya lengua de relación era el francés, como era habitual entre las élites rusas de la época.

National Geographic: ¿Qué ocurrió con la lengua y la identidad ucraniana durante la dominación rusa?

sc Serra: Tras la desaparición del Hetmanato, Ucrania quedó completamente provincializada. Las élites adoptaron el ruso, y las ciudades más importantes —como Kiev, Járkov u Odesa— acabaron rusificadas. Aunque el idioma ucraniano pervivió entre la población rural, en las grandes urbes fue marginado. Curiosamente, antes de la rusificación, muchas élites hablaban polaco, debido al pasado polaco-lituano de la región.

National Geographic: ¿Qué papel tuvieron los ucranianos dentro del Imperio zarista?

sc Serra: Demográficamente, los ucranianos fueron numerosos y participaron en la expansión del Imperio hacia el sur, el Cáucaso, Siberia y el Extremo Oriente. Sin embargo, políticamente y culturalmente, su presencia fue más limitada. A diferencia de los alemanes del Báltico —una minoría que aportó líderes militares, científicos y políticos— los ucranianos accedieron a posiciones de poder solo si se rusificaban. Incluso el gran escritor ucraniano Nikolái Gógol escribió en ruso y vivió en San Petersburgo.

National Geographic: ¿Qué ocurrió en Ucrania tras la Revolución bolchevique?

sc Serra: Tras la Revolución de 1917 y durante la guerra civil que siguió, llegaron a coexistir al menos tres estados ucranianos distintos. Influenciados por el nacionalismo surgido en Ucrania Occidental, estos nuevos gobiernos —como la República Popular de Ucrania o la efímera Ucrania Occidental— dieron una gran importancia a la lengua y a la identidad nacional ucraniana. Incluso la República Soviética de Ucrania, alineada con los bolcheviques, asumió estos elementos como parte de su legitimidad.

National Geographic: ¿Lenin fomentó realmente el nacionalismo ucraniano?
sc Serra: En cierta medida, sí. Lenin toleró el auge del nacionalismo ucraniano durante los primeros años de la Revolución. Cuando Ucrania fue incorporada formalmente a la URSS en 1922, ya existía una república soviética ucraniana —teóricamente independiente, pero en la práctica subordinada a Moscú—. Durante los años veinte, este clima relativamente abierto propició un florecimiento cultural: hubo un auge de la literatura, de la lengua ucraniana y de la creatividad intelectual.
 

National Geographic: En su discurso del 21 de febrero de 2022 —tres días antes de la invasión— Vladimir Putin justificó el reconocimiento de las repúblicas rebeldes de Donetsk y Lugansk afirmando que Ucrania era un constructo artificial. ¿Tiene algo de verdad esta afirmación?

sc Serra: Según Putin, la nación ucraniana no tendría legitimidad histórica ni cultural, sino que habría sido creada como un estado artificial en el contexto de la descomposición del Imperio ruso.

Es cierto que durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes fomentaron movimientos nacionalistas en territorios como Ucrania, Lituania, Letonia o Estonia, para debilitar a sus rivales. En muchos casos, como en Letonia, ni siquiera existía un nombre nacional definido hasta entonces. Sin embargo, que un nacionalismo se active en un momento de oportunidad política no invalida su legitimidad posterior.

 

Ucrania-Rusia
AP / Cordon Press

Un reloj con la foto de una familia entre los escombros de una casa destruida durante un ataque ruso en Zaporiyia, Ucrania, en 2024. 

Todas las naciones son, en cierto sentido, construcciones históricas. Se forman en momentos determinados, a menudo por necesidades políticas o sociales. Su identidad se apoya en elementos como la lengua, la cultura o la historia, aunque estos también puedan haber sido moldeados o promovidos con fines específicos. Eso no las hace menos reales. El caso de Ucrania no es una excepción, sino un ejemplo más de cómo las naciones surgen, evolucionan y se consolidan.

National Geographic: ¿Qué ocurrió en Ucrania durante los años de Stalin?

sc Serra: Con Stalin, todo cambió. Su régimen no solo reprimió a las élites intelectuales ucranianas, sino que castigó duramente al conjunto de la población. Durante la década de 1930, especialmente entre 1931 y 1933, Ucrania vivió uno de los episodios más trágicos de su historia: una gran hambruna conocida como Holodomor. Aunque afectó sobre todo al sur de Ucrania, también se dieron situaciones similares en otras regiones del norte del Cáucaso, en Moldova (más adelante) y en algunas zonas de la propia Rusia. Se calcula que murieron entre un millón y medio y cinco millones de personas. Las causas fueron múltiples: hambre directa, represión contra campesinos que se resistían a colaborar, deportaciones masivas a Siberia, muertes durante el traslado y levantamientos populares sofocados con violencia, como el de muchas mujeres campesinas tras la desaparición forzada de los hombres.


El impacto fue devastador. Aparte de los millones de muertos, muchas personas huyeron a las ciudades, y se registraron episodios extremos, como el canibalismo. Fue una combinación de decisiones políticas deliberadas, errores de planificación, represión sistemática y una falta total de control sobre las consecuencias. A partir de este momento, se impuso una nueva oleada de rusificación y represión cultural en Ucrania.

National Geographic: ¿Se puede considerar el Holodomor un genocidio?

sc Serra: El uso del término “genocidio” requiere mucha cautela. Aunque en Ucrania se defiende firmemente esta interpretación, demostrar que se trató de un genocidio antiucraniano es complejo. El Holodomor no afectó a todo el territorio ucraniano, sino a regiones concretas, y también se produjeron hambrunas en otras zonas de la URSS. La definición de genocidio, además, contiene ambigüedades que dificultan su aplicación directa al caso.

National Geohgraphic: ¿Qué grado de autonomía tenía Ucrania dentro de la Unión Soviética?

sc Serra: Como todas las repúblicas soviéticas —e incluso como muchas regiones o oblasts—, Ucrania tenía una autonomía formal bastante amplia. Sin embargo, en la práctica, todas las entidades del Estado soviético estaban subordinadas al Partido Comunista, que operaba de forma completamente centralizada desde Moscú. Los dirigentes regionales estaban controlados por la cúpula del partido, lo que limitaba enormemente cualquier decisión autónoma.

National Geohgraphic: ¿Existía algún margen real de autogobierno o era solo simbólico?

sc Serra: Existía cierta autonomía interna, especialmente en cuestiones culturales y lingüísticas, dependiendo del enfoque de los líderes locales. Por ejemplo, algunos gobernantes promovieron el uso del ucraniano o desarrollaron iniciativas económicas limitadas. También había una autonomía simbólica en el plano internacional: Ucrania —como Bielorrusia— fue miembro fundador de la ONU en 1945 y tuvo su propio asiento durante toda la Guerra Fría. Sin embargo, esta presencia era puramente formal. Ninguna república votaba nunca en contra de la posición de la URSS.



National Geohgraphic: ¿Cómo fue el proceso de independencia de Ucrania tras la caída de la URSS en 1991">sc Serra: El país no tenía muchas aspiraciones. En el caso de Ucrania —como en la mayoría de repúblicas soviéticas, salvo las bálticas— no hubo un movimiento popular masivo que reclamara la independencia. No fue un proceso bottom-up, desde abajo, sino más bien el resultado del colapso del Estado soviético. En países como Lituania, Letonia o Estonia sí existía una voluntad popular clara de separarse. En el resto, incluida Ucrania, la URSS simplemente se desmoronó.

Un papel clave, aunque motivado más por el oportunismo que por una convicción democrática, lo jugaron las élites locales. Todas las élites regionales formaban parte del Partido Comunista soviético y, tras la disolución de la URSS, muchas se reciclaron como líderes de los nuevos Estados. En varios casos se mantuvieron en el poder durante décadas, a menudo como dictadores. En Ucrania, aunque no hubo dictadura, los primeros presidentes, como Leonid Kravchuk, fueron figuras del antiguo régimen, reconvertidas en líderes nacionales con un fuerte componente de corrupción.

Y Rusia no reacciona. En realidad, como república con instituciones propias, Rusia apenas estaba comenzando a existir. Hasta ese momento, no tenía una estructura estatal independiente dentro de la Unión Soviética. Es con Yeltsin que empiezan a construirse esas instituciones. Pero él tampoco actúa de inmediato. De hecho, solo reacciona bastante tarde, cuando ya la disolución de la URSS parecía inevitable. Y lo paradójico es que él mismo había contribuido a ese proceso de desmembramiento.
 

National Geohgraphic: En 2004 en Ucrania se llevó a cabo la denominada "Revolución Naranja". ¿Cuáles fueron sus objetivos?

sc Serra: La "Revolución Naranja" tuvo tres grandes prioridades: luchar contra la corrupción, reducir la dependencia de Rusia e iniciar el camino hacia la integración en las instituciones occidentales, como la Unión Europea y la OTAN. Aunque el primer objetivo se logró solo parcialmente, sí marcó una diferencia con otros procesos similares en el espacio postsoviético. En Ucrania hubo avances limitados, pero reales, frente a otros casos, como Georgia, donde la corrupción se agravó.

National Geohgraphic:  ¿Hasta qué punto fue popular la idea de acercarse a Occidente?

sc Serra: En 2004, Ucrania seguía siendo un país profundamente dividido. Aproximadamente un 40 % de la población se identificaba con posiciones nacionalistas proeuropeas, mientras que otro 40 % se sentía más vinculado a Rusia. El 20 % restante era un grupo indeciso que solía decidir el resultado de las elecciones. Pese a estas divisiones, la "Revolución Naranja" tuvo un fuerte impacto simbólico y político, impulsando la difusión de la lengua ucraniana y reforzando la conciencia nacional.
 

National Geohgraphic: ¿Y cómo la interpretó el Kremlin?

sc Serra: Desde la óptica rusa, fue una injerencia directa de Occidente. Se interpretó como un intento de las potencias occidentales de extender su influencia hacia el este, desestabilizando lo que Moscú considera su esfera natural. Fue a partir de entonces —aunque ya había antecedentes— cuando Putin empezó a tomarse en serio la posibilidad de actuar directamente sobre Ucrania. 

Aunque Rusia ya había mostrado señales de intervención, como el polémico envenenamiento del candidato Viktor Yúshchenko (nunca del todo esclarecido. Hay quien dice que fue pescado del Mar Caspio… [se ríe]. Es humor negro, muy de Ucrania), durante mucho tiempo no necesitó involucrarse activamente. Hasta la Revolución Naranja, Ucrania solía tener presidentes favorables a Moscú, lo que evitaba enfrentamientos abiertos. Además, Rusia contaba con herramientas de presión eficaces: el suministro de gas y el control de la base naval de Sebastopol, en Crimea, eran factores clave de influencia.

National Geographic: ¿Qué fue exactamente el Euromaidán y por qué genera tanta controversia?

sc Serra: El Euromaidánfue un movimiento de protesta que comenzó en 2013 en Kiev, inicialmente para exigir un acercamiento a la Unión Europea. La movilización fue intensa, con una gran presencia popular y un cambio de gobierno. Algunos lo definen como una revolución, aunque este término es discutido: no hubo una participación mayoritaria en todo el país ni una sustitución profunda de las élites. Más allá del círculo cercano de Yanukóvich, las estructuras de poder no cambiaron demasiado.

Putin, por su parte, no lo consideró una revolución, sino un golpe de Estado promovido por Occidente. Esa visión fue clave para justificar su intervención posterior. Primero en Crimea —que inicialmente negó— y luego en el Donbass. La reacción rusa buscaba deslegitimar al nuevo gobierno ucraniano y frenar su aproximación a Europa. Sin embargo, lejos de debilitar el sentimiento nacional, la intervención fortaleció la identidad ucraniana.

National Geographic: ¿Qué supuso la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014?

sc Serra: Marcó un punto de no retorno. Aunque el derecho internacional ha sido violado muchas veces, existe una norma tácita muy clara desde 1945: no se anexionan territorios ajenos. Las excepciones son escasas —como la ocupación de Jerusalén Este por Israel o la invasión de Kuwait por Irak—, lo que hace que la acción rusa sea especialmente grave. Ni siquiera la supuesta ilegitimidad del gobierno salido del Euromaidán puede justificar la anexión de una parte de otro país.

Además del valor simbólico y estratégico de Crimea, la intervención fue una forma de mostrar fuerza. Al fin y al cabo, ¿qué es una potencia? Una de mis definiciones preferidas es la que afirma que una potencia es aquel Estado, aquel actor, que puede crear o modificar las reglas del juego. Con la anexión, Putin envió un mensaje claro: Rusia no aceptaría pasivamente la expansión de la influencia occidental en lo que considera su esfera histórica. Fue una demostración de poder tanto hacia dentro, como hacia el exterior y respondió al deseo de restaurar la influencia rusa en el espacio postsoviético.

Aunque ha afirmado que no busca reconstruir la URSS, Putin sí persigue devolver a Rusia su estatus de gran potencia. Para ello, considera legítimo recuperar territorios que, desde la óptica rusa, forman parte de su nación histórica. Crimea, por su simbolismo y mayoría de población rusohablante, encajaba perfectamente en ese proyecto, porque es mucho más que un enclave estratégico: es un lugar profundamente arraigado en el imaginario ruso. Allí se libraron batallas heroicas como la de Sebastopol durante la Segunda Guerra Mundial, fue residencia de veraneo de líderes soviéticos y fuente de inspiración para escritores como Tolstói o Chéjov. Para la sociedad rusa, recuperar Crimea fue una forma de restaurar parte de su orgullo histórico y de desafiar abiertamente a Occidente.

National Geographic: ¿Qué diferencia hay entre Crimea y el Donbass en la estrategia rusa?

sc Serra: Crimea fue una operación planificada desde el Kremlin. Su anexión fue rápida, directa y respondía tanto a intereses estratégicos como a un relato simbólico. En cambio, la intervención en el Donbass (regiones de Donetsk y Lugansk) fue mucho más ambigua. Allí, el conflicto comenzó con movimientos locales, a los que Moscú prestó apoyo posteriormente. No fue una anexión directa, sino una participación más encubierta y compleja.

National Geographic: ¿Cómo respondió la comunidad internacional a la anexión de Crimea y el conflicto en el Donbass?

sc Serra: La reacción fue unánime en condenar la anexión de Crimea como una violación del derecho internacional. Pocos países reconocieron la soberanía rusa sobre la península. Estados Unidos y la Unión Europea impusieron sanciones económicas a Moscú. Sin embargo, la respuesta militar directa se evitó, en parte para no escalar el conflicto con una potencia nuclear. En el caso del Donbass, la situación fue más ambigua: aunque hubo condenas y apoyo a Ucrania, la implicación internacional fue limitada.
 

National Geographic: ¿La invasión rusa de Ucraina en 2022 fue una ruptura o una continuación del conflicto de 2014?

sc Serra: Fue ambas cosas, pero sobre todo una continuación. Desde 2014 ya había una guerra en Ucrania, aunque en Occidente no siempre se percibía así. Durante ocho años, el conflicto se concentró en el Donbass, donde el Estado ucraniano combatía a grupos separatistas con apoyo ruso. Era una guerra civil, sí, pero internacionalizada: Rusia intervenía sin reconocerlo abiertamente.
Rusia ya no actuó a través de intermediarios o fuerzas locales: desplegó su propio ejército, con apoyo directo del Estado. Aunque el Kremlin evita llamarla guerra —prefiere el eufemismo “operación militar especial”—, lo que sucedió fue una invasión en toda regla, que supuso una ruptura clara con el orden internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial.

Una de las razones que explican la invasión es que Putin creía, con razón, que Occidente no reaccionaría. Ya había intervenido en Georgia en 2008 y se había anexionado Crimea en 2014 sin consecuencias significativas. Aunque se impusieron sanciones, la respuesta fue limitada. Eso reforzó la percepción de que una nueva ofensiva en Ucrania también pasaría sin grandes represalias.

National Geographic: ¿Cuáles eran los objetivos iniciales de Rusia en la invasión de 2022?

sc Serra: Aunque no podemos saberlo con certeza, parece que el Kremlin confiaba en una victoria rápida. Tal vez se esperaba que Zelenski huyera, que se produjera un golpe interno o que la sociedad ucraniana no resistiera. Incluso si se contemplaba tomar Kiev, la operación estaba mal planificada. La ofensiva funcionó mejor en el sur, pero fracasó en el norte, lo que indica que no hubo una estrategia clara ni sostenible a largo plazo.
 

National Geographic: ¿Es posible que el conflicto entre Rusia y Ucrania tenga un final definitivo?

sc Serra: Probablemente no. Todo indica que, aunque pueda detenerse la guerra activa, el conflicto no acabará del todo. Hay demasiadas heridas abiertas, pérdidas humanas y consecuencias políticas que seguirán marcando la relación entre ambos países durante décadas. Aunque el nivel de vida en Rusia no se ha desplomado tras tres años de guerra, el coste humano ha sido enorme: más de 100.000 soldados muertos, un millón de emigrados y otro millón de muertos por la pandemia. A esto se suma un grave problema demográfico que lastrará su futuro.

National Geographic: ¿Qué tipo de desenlace cabe esperar a corto y medio plazo?

sc Serra: Lo más probable es un alto el fuego y unas fronteras congeladas de facto, como ocurrió en Chipre o en otras regiones en conflicto. Rusia seguiría controlando Crimea y partes del Donbass, y puede que incluso se plantee un reconocimiento internacional parcial de estos territorios. Pero ningún bando estará realmente satisfecho: en Rusia persistirá la idea de que Odesa o Kiev “también deberían ser suyas”, y en Ucrania el rechazo a cualquier cesión será absoluto. Por tanto, aunque haya una pausa en los combates, el conflicto quedará latente, como una herida abierta que podría reactivarse en cualquier momento y prolongarse durante generaciones.