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No, el frío no existe (según la física)

Científicamente, el frío no es una magnitud medible ni una forma de energía y, por lo tanto, no es posible hablar de él como una entidad física.

Actualizado a

ramas congeladas
iStock

Ramas de pino congeladas cubiertas de nieve.

Imagina que es invierno. Estás en el interior de tu casa, al calor de la calefacción (o de una hoguera si prefieres lo más tradicional), envuelto en una manta y bebiendo algo caliente. Sin embargo, de repente, tienes la necesidad de salir de casa a hacer un recado y, a pesar de que te vistes lo más abrigado posible… ¡zas! El aire frío te golpea en la cara y te hace tiritar solo con abrir la puerta. Es entonces cuando piensas “¡Qué frío hace!”. Pero, ¿sabías que el frío, científicamente hablando, no existe? Así es, según la física, el frío no es real. O, al menos, no como te lo estás imaginando.

POR QUÉ SENTIMOS FRÍO

Puede que te esté extrañando: si el frío no existe, ¿qué ocurre cuando sentimos frío? Pues bien, todo se reduce a la energía, concretamente, a la energía térmica, es decir, a aquella referida al movimiento de las partículas que componen los objetos. En palabras simples, cuando algo tiene mucha energía térmica, sus partículas se mueven rápido, y nosotros lo percibimos como caliente. Por el contrario, cuando algo tiene poca energía térmica, las partículas se mueven más lentamente y, en consecuencia, percibimos el objeto que forman como frío.

Ahora bien, debemos tener en cuenta que el calor, al final, es una forma de energía que se transfiere. Es decir, si sujetas una taza de café caliente con las manos, el calor terminará pasando de las tazas a tus manos, mientras que, si sales a la nieve, ocurre lo contrario: tu cuerpo pierde calor hacia el aire y la superficie fría que te rodea. Lo que sientes como “frío” no es más que la pérdida de calor de tu cuerpo. Y aquí justo está la clave: el calor se mide, pero el frío no.

LA AUSENCIA DE CALOR

De esta forma, en física no podemos hablar del frío como algo que exista como una entidad propia. El frío es, simplemente, la ausencia de calor. Es algo así como si hablásemos de la oscuridad: no es algo que exista por sí solo, sino que se trata de la ausencia de luz. Puedes encender una lámpara para generar luz, pero no puedes encender algo para generar oscuridad. De forma paralela, puedes agregar calor a un objeto, pero no existe la manera de “agregarle frío”. Lo único que puedes hacer es quitarle calor.

Si quieres tener más ejemplos en cuenta, hay uno que seguro que te resulta muy cercano: la nevera o el congelador. Aunque su nombre dé lugar a pensar que se está generando frío en su interior, lo que realmente hace es extraer el calor de los alimentos y expulsarlo hacia el exterior. Esa es justo la razón que explica que su motor esté caliente: toda esa energía térmica que absorbe de los alimentos, termina saliendo por la parte trasera.

aire acondicionado
iStock

De igual forma, el aire acondicionado funciona extrayendo el calor del aire interior y expulsándolo al exterior mediante un ciclo de refrigeración, enfriando así el ambiente al reducir su energía térmica.

Por esta razón, cuando los físicos miden las temperaturas muy bajas, lo hacen siempre haciendo referencia a cuánto calor queda, no a cuánto frío hay. Por ejemplo, la temperatura mínima posible, conocida como cero absoluto, es el punto en el que no queda absolutamente nada de energía térmica. Sin calor, no existe movimiento de partículas pero, incluso en ese punto, no podemos decir que haya “frío”, porque este sigue siendo solo una sensación, no una magnitud.

¿ENTONCES, QUÉ ES EL FRÍO PARA NOSOTROS?

Pero no te preocupes, aunque la física no reconozca el frío como magnitud, nadie está negando que tu experiencia del mismo sea real. Como es natural, sentimos frío porque es la forma en la que nuestro cuerpo reacciona a la pérdida de calor. Los sensores presentes en nuestra dermis detectan esa pérdida y envían señales al cerebro para que lo interprete como una situación incómoda para ti.

Además, parte de la sensación de frío puede identificarse con una medida de protección de nuestro cuerpo. Cuando hay déficit de calor, comenzamos a tiritar para generar calor, nuestra piel se eriza para intentar atrapar aire caliente, y nuestros vasos sanguíneos se contraen para tratar de contener el calor interno. Así que, la próxima vez que digas “¡Qué frío hace!”, recuerda: en realidad, solo estás sintiendo cómo el calor se escapa de ti.

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