Puede ocurrir tras una dura sesión de gimnasio. Pero también tras una larga caminata al Sol, una tirada de running o una clase de baile. Prácticamente, tras realizar cualquier tipo de ejercicio físico. Y no falla: te miras al espejo y… ¡sorpresa! Pareces un tomate. Tus mejillas se han colorado y tu frente brilla, casi gritándole al mundo entero que acabas de correr una maratón… aunque simplemente hayas pasado 15 minutos en la elíptica.
¿Y por qué ocurre esto? Pues bien, este enrojecimiento tan típico -y a veces tan incómodo- no es solo cosa tuya: le pasa a muchísima gente, sobre todo a aquellas personas de piel clara. Pero no es una señal de que estés a punto de explotar, de hecho, es el resultado de un mecanismo natural y muy eficiente de tu cuerpo.
EL CUERPO SE CALIENTA… Y SE ENFRÍA
Cuando haces ejercicio, tus músculos trabajan mucho y más rápido en un tiempo breve. Y, para lograrlo, necesitan energía, la cual precisa de calor para producirse. Hablando en palabras más simples, es casi como si en tu interior se encendiera una pequeña estufa que da combustible a todo tu cuerpo. Ahora bien, si ese calor no se controla, tu temperatura corporal podría subir demasiado y eso, como es lógico, no es nada bueno para el cuerpo.
Pero aquí es donde entra en juego el sistema de refrigeración natural: tu piel. Para liberar el exceso de calor producido, tu cuerpo pone en marcha una estrategia muy ingeniosa: envía más sangre a la superficie, especialmente al rostro, donde la piel es fina y está llena de vasos sanguíneos. Y dicho y hecho: esa sangre caliente se enfría un poco al estar m��s cerca del exterior, y así se regula la temperatura interna.
Pero claro, al llegar más sangre a la piel, también se nota más el color rojo. Así que ese tono rojizo que ves en el espejo no es otra cosa que tu cuerpo asegurándote que tiene todo bajo control.
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Vasos sanguíneos de una pierna humana.
VASOS SANGUÍNEOS EN EXPANSIÓN
Uno de los protagonistas principales de esta historia son los vasos sanguíneos, especialmente los capilares que están justo debajo de la piel. ¿Por qué ocurre exactamente? Sencillo: durante el ejercicio, el cuerpo necesita más oxígeno y nutrientes en los músculos, y también necesita eliminar el calor y los productos de desecho como el dióxido de carbono. Y para hacer todo eso de manera eficiente, los vasos deben dilatarse en un proceso llamado vasodilatación.
Es algo así como si los vasos sanguíneos fueran carreteras. En reposo, tienen un ancho normal. Pero cuando haces ejercicio, estos deben ampliarse para que más “tráfico” de sangre pueda circular. Esa expansión permite que llegue más flujo a la superficie del cuerpo. El resultado: piel más roja, especialmente en las zonas finas como la cara, el cuello o el pecho.
Y sí, si eres muy blanco, este efecto te afectará más. Cuando la piel es clara, el cambio es mucho más notable porque hay menos melanina en los tejidos para ocultarlo. Y si te sonrojas con facilidad es lo mismo: no eres el único, es pura biología y anatomía.
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Esquema donde se compara un vaso sanguíneo normal con un vasodilatado.
NO, VERGÜENZA NO: TERMORREGULACIÓN
Ahora bien, muchas personas creen que ponerse rojo es señal de vergüenza, nervios o incomodidad. Y sí, eso también puede pasar, pero en el caso del deporte, el motivo es totalmente diferente. Lo que estás viendo es un sistema llamado termorregulación: un conjunto de mecanismos que usa tu cuerpo para mantener la temperatura adecuada.
Por otro lado, además de enviar sangre a la piel, el cuerpo activa las glándulas sudoríparas para que empieces a sudar. El sudor, al evaporarse, ayuda a enfriar la piel, como cuando se moja una camiseta y se siente más fresca. Es decir, todo esto está perfectamente orquestado para evitar un sobrecalentamiento.
Así que cuando te pongas rojo haciendo ejercicio, recuerda: no estás haciendo el ridículo, estás funcionando como una máquina bien ajustada. Es un signo de que tu cuerpo está haciendo lo correcto.