Hace menos de un siglo, el mar de Aral, con 68.000 kilómetros cuadrados de superficie, era el cuarto lago más grande del mundo. Pero las políticas soviéticas iniciadas por Stalin para intensificar la agricultura en la región conllevaron el desvío de los ríos que lo abastecían, y la masa de agua fue desapareciendo. En 2018 quedaba el 10 % de su superficie original y hoy apenas subsiste entre un 4 y un 5 %. Este desastre ambiental dejó sin sustento a miles de habitantes de Kazajistán y Uzbekistán, que en dos generaciones vieron como ese gran mar interior que articulaba sus vidas se convertía en un desierto inhóspito del tamaño de Irlanda: el Aralkum.
«Si no fuese porque es la herencia de un desastre, podríamos decir que este sitio es increíble», afirma Rafael Marcé, ecólogo del Centro de Estudios Avanzados de Blanes, en Girona. Marcé viajó al Aralkum en el verano de 2022 en el marco de la expedición científica Alter-C, dirigida por el Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA-CERCA), para averiguar qué sucede cuando secamos un mar.
Laura Carrau
Los investigadores Rafael Marcé, del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB) y Enrique Moreno, de la Universidad de Málaga (UMA), extraen muestras de sedimentos en la parte aún inundada del mar de Aral.
«Nuestra hipótesis es que cuando los lagos se secan y los sedimentos quedan expuestos al oxígeno de la atmósfera, los microorganismos ahí presentes se activan y empiezan a consumir el carbono orgánico acumulado durante milenios –explica–. Eso libera a la atmósfera grandes cantidades de CO2 y agrava el cambio climático».
Para desvelar qué papel desempeña este ecosistema moribundo en la dinámica del CO2 atmosférico a nivel global, Marcé viajó hasta este gran laboratorio natural con otros investigadores de la Universidad de Málaga, del CSIC, de la ONG kazaja Aral Tenizi y con la bióloga y documentalista Laura Carrau, quien plasmaría la aventura en un documental recién estrenado: Memorias de un mar.
Laura Carrau
Esta anciana, reconvertida en pastora de cabras para sobrevivir de forma precaria, ha sido testigo de la desaparición de un mar que en su día le dio sustento. A lo lejos, las grúas del antiguo puerto de Aralsk.
Allí, en condiciones de calor y salubridad extremas, extrajeron testigos de sedimento a lo largo de transectos que describen cronosecuencias de desecación para estimar el carbono liberado. «Las diferencias entre los distintos puntos de muestreo nos indicaron la cantidad de carbono emitido a la atmósfera a medida que el mar se secaba», dice Marcé.
Laura Carrau
El equipo sigue obteniendo resultados a partir de las muestras recolectadas. Por ahora ya han averiguado que el Aralkum emite hoy tanto CO2 como Dinamarca. Si fuera un país, emitiría por metro cuadrado tanto CO2 como China o el Reino Unido, dice Marcé.
Pero no es un caso único, añade: «Otros lagos de la Tierra, grandes aliados contra el cambio climático, se desvanecen ante nuestra pasividad y, con ellos, el sustento de millones de personas». ¿Es posible revertir tamaño desastre? «Varias entidades internacionales ayudan a las poblaciones locales a ser más eficientes en el uso del agua y a minimizar impactos como las gigantescas tormentas de arena, pero eso no es suficiente», advierte.
Quizás estudios como este ayuden a que el mundo ponga el foco en la verdadera importancia de estos ecosistemas claves para la regulación del clima del planeta.
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Este artículo fue publicado en el número de agosto de 2024.