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Groenlandia: cazar para aprender

Los inughuit llevan generaciones observando a los narvales para cazarlos. Ahora reclaman que la ciencia y las autoridades reconozcan su conocimiento de esta especie.

Actualizado a

Después de la caza
Kiliii Yüyan

Un narval capturado es remolcado por la cola hasta un lugar despejado en el hielo cerca del campamento de los cazadores. Una vez fuera del agua, se despiezará y repartirá entre el grupo, beneficiando a los cazadores que lo arponearon.

Qillaq Kristiansen alejó su kayak del borde del hielo y se adentró en el mar en pos de un narval. Fue en Groenlandia, el año pasado. Este cazador inughuit de 35 años había viajado con sus compañeros hasta el límite primaveral del hielo, que distaba medio día en trineo de perros desde Qaanaaq.

Situada unos 1.200 kilómetros por encima del círculo polar ártico, esta localidad es una de las más septentrionales del mundo. El aliento ahogado de un cetáceo escapó de las aguas cristalinas cerca del extremo occidental de Qeqertarsuaq, o isla Herbert. El narval se detuvo en la superficie; como dirían algunos inughuit, parecía ofrecerse al cazador.

Con un movimiento rápido de la mano derecha, Qillaq soltó el arpón y lo arrojó contra el lomo gris moteado del narval. Dando un coletazo, el cetáceo se zambulló. Pero el arpón, con su punta firmemente clavada en el cuerpo de la presa, estaba atado a una boya de piel de foca, lo que dificultó la huida del animal herido. Qillaq levantó el remo en el aire en señal de celebración.

Al borde del hielo
Mapa: Christine Fellenz, NGM. Documentación: Michael Fry. Fuentes: Sakiko Daorana; Instituto Meteorológico de Dinamarca; Proyecto de Cartografía de los hielos de Groenlandia del NSIDC; UICN; R. G. Han

Al borde del hielo

En Qaanaaq, una de las localidades más septentrionales del mundo, y en los asentamientos cercanos, la comunidad inughuit siempre ha cazado narvales en las márgenes del hielo marino. Pero hoy, dicen, las cuotas de caza y el aumento de las temperaturas amenazan su modo de vida.

Sus compañeros se acercaron enseguida con sus kayaks hasta alcanzar al cetáceo herido. Le lanzaron un segundo arpón y lo mataron con un disparo de rifle. Remolcaron al narval, con la cola por delante, hasta un lugar despejado cerca de su campamento y lo sacaron del agua. Una vez lo dejaron sobre el hielo, aparecieron los cuchillos.

Los cazadores paladearon el delicioso sabor a frutos secos del mattak, nombre que dan los inughuit a la piel y la capa de grasa subyacente del narval, rica en vitaminas y minerales. «No me interesa la comida europea. Quiero comer el alimento que yo mismo saco del mar, como nuestros antepasados», me dijo Qillaq por medio de un intérprete.

La caza del narval es parte integral de la existencia y la supervivencia de los inughuit en su territorio ancestral, que bordea Pikialasorsuaq. Esta región de aguas abiertas al norte del círculo polar ártico, que en pleno verano puede ocupar más de 80.000 kilómetros cuadrados y también se conoce como la Polinia de las Aguas del Norte, es lugar de invernada de narvales, belugas, morsas y ballenas de Groenlandia.

Sus aguas rebosan de fletán negro, bacalao ártico y otros peces, y sus costas rocosas conforman el hábitat de anidación de decenas de millones de mérgulos atlánticos. Es una fuente insustituible de alimento físico y espiritual para los inughuit, dependientes durante siglos de la fauna que habitaba en su territorio, que antaño incluía cotos de caza –conocidos por los inughuit como Umimmattooq– en la isla canadiense de Ellesmere.

Inughuit
Kiliii Yüyan

Unos 700 inughuit, un grupo inuit de habla inuktun, viven en la población groenlandesa de Qaanaaq y en asentamientos más pequeños a medio camino entre el círculo polar ártico y el polo Norte. En la imagen, Ilannguaq Qaerngaaq lleva al hombro un trozo de hielo de glaciar del que obtendrá agua potable. 

«Mi pueblo tenía muchos rituales –dice Hivshu R. E. Peary, guardián de la tradición inughuit, refiriéndose a ritos prohibidos por los misioneros y que hoy se han perdido en su mayoría–. Se creía que cada animal era un antepasado que venía a alimentarnos con su propio cuerpo. Por eso llamamos a la comida inumineq, o antiguo ser humano. Eso significa que la sangre de nuestros antepasados corre por nuestro cuerpo».

Las prácticas de caza del narval de los inughuit hunden sus raíces en el cuidado tradicional de los animales de los que dependen. Para no hostigar sin necesidad a los cetáceos en el interior del fiordo, donde paren y comienzan a amamantar a sus crías en verano, los cazadores restringen el uso de lanchas motoras y optan por kayaks, más silenciosos.

Para no perder narvales, que se hunden si se les dispara, los cazadores los arponean primero. Y para asegurarse de que no se desperdicia ni un gramo del animal cazado, los respetados cazadores inughuit comparten sus capturas con los participantes de la batida y, cuando es posible, con toda su comunidad.

Pero hoy estas prácticas están amenazadas, denuncian muchos cazadores inughuit. «La cultura de la caza del narval está desapareciendo […] por culpa del sistema de cuotas –explica el hijo de Hivshu, Aleqatsiaq, cazador y músico de Qaanaaq–. La cuota es tan pequeña que los cazadores tienen que quedarse todo lo que cazan, sin compartirlo, porque necesitan ganar dinero».

Hielo marino
Kiliii Yüyan

Fragmentos de hielo marino, algunos más grandes que un campo de fútbol, flotan a la deriva en Inglefield Bredning, un fiordo cercano a Qaanaaq. 

Los inughuit hablan inuktun y, aunque son inuit, se identifican como culturalmente distintos a la mayoría inuit groenlandesa de lengua kalaallisut. A pesar de sus diferencias lingüísticas, históricas y culturales, ni Dinamarca ni Groenlandia los reconocen como pueblo indígena soberano.

Unos 700 inughuit viven en Qaanaaq y unos cuantos asentamientos menores en torno a Inglefield Bredning, un fiordo también llamado Kangerlussuaq. Qaanaaq se fundó como lugar de habitación permanente en 1953, cuando el Gobierno colonial danés reubicó a varias familias inughuit a más de 100 kilómetros al norte de Uummannaq, su asentamiento de toda la vida, para ampliar la nueva base aérea estadounidense de Thule, hoy Base Espacial de Pituffik.

A la caza de narvales
Kiliii Yüyan

Las aguas frente a Qaanaaq acogen a la población de narvales de Inglefield desde la primavera hasta finales del verano. Los inughuit viajan en trineos de perros hasta el borde del hielo, donde cazan a bordo de kayaks. Qumangaapik Kvist, a la izquierda, y el Explorador de National Geographic Ulannaq Ingemann se detienen para ayudar a un perro que se ha caído en una grieta del hielo primaveral.

Este traslado forzoso expulsó a la comunidad de algunos de sus cotos de caza tradicionales. Pero Qaanaaq presentaba una ventaja: desde la primavera hasta finales del verano era rica en narvales, o qilalukkat, como los llaman muchos lugareños.

El enigmático Monodon monoceros, que en latín significa «un diente, un cuerno», es reconocido por su largo colmillo o diente, que asoma en espiral antihoraria desde la mandíbula superior izquierda y llega a medir más de dos metros de longitud. Estos pequeños cetáceos pueden llegar a superar los 1.600 kilos de peso y los cinco metros de largo, sin contar el colmillo.

Hoy la mayoría de los narvales –según estimaciones científicas recientes, su número supera los 100.000 individuos– habitan las aguas costeras del norte de Canadá y Groenlandia, y se gestionan como poblaciones diferenciadas. Desde 2017 el narval aparece en la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como especie de preocupación menor. Aunque Groenlandia prohíbe la exportación de sus colmillos desde 2006, sí autoriza el comercio nacional tanto de los colmillos como de mattak.

El ministro de Pesca y Caza de Groenlandia fija cada año cuántos ejemplares pueden capturar los cazadores profesionales en una región concreta. Al decidir la cuota de caza de Qaanaaq, el ministro trata de equilibrar las recomendaciones científicas de la Comisión Conjunta de Canadá y Groenlandia para la Conservación y Gestión del Narval y la Beluga (JCNB por sus siglas en inglés), informada en parte por las estimaciones poblacionales realizadas por el Instituto de Recursos Naturales de Groenlandia, con las aportaciones de los de la Asociación de Pescadores y Cazadores de Groenlandia (KNAPK).

Qaanaaq
Kiliii Yüyan

Qaanaaq se fundó en 1953, cuando el Gobierno colonial danés reubicó a varias familias inughuit unos 100 kilómetros al norte de su asentamiento original. Por tradición, en Groenlandia los edificios de estilo colonial se pintan de colores que indican su función.

El Instituto estima que la población actual de Inglefield oscila entre 2.000 y 6.000 ejemplares, una horquilla basada en los censos aéreos de 2007 y 2019. (Cuantifica los animales no visibles desde la superficie remitiéndose a los datos de movimiento de un único narval equipado con una marca para el seguimiento vía satélite).
El JCNB recomendó que en 2024 se redujese la cuota de 84 a unos 50 narvales. Sin embargo, tras tener en cuenta las alegaciones de los cazadores, el ministro dejó la cuota en 84.

La relación de los inughuit con los narvales se sustenta desde hace generaciones en pruebas empíricas acumuladas a partir de observaciones continuadas de la conducta de estos cetáceos a lo largo del año, mientras que los científicos del Instituto se ven limitados por la confrontación de prioridades distintas y su presupuesto y calendario. Su base está en Nuuk, la capital de Groenlandia, y el viaje a Qaanaaq puede llevar dos días.

Desplazamientos en kayaks
Kiliii Yüyan

Mikile Kristiansen hace de ojeador en una partida de caza en Qeqertarsuaq, o isla Herbert. Los inughuit utilizan kayaks en parte para no molestar a los narvales allí donde se reproducen, paren y lactan a sus crías.

Muchos cazadores se sienten excluidos del proceso de recuento de narvales que lleva a cabo el Instituto y no confían en sus estimaciones. «Los científicos no quieren que participemos en sus investigaciones –me cuenta mediante un intérprete Jens Danielsen, que ha sido cazador la mayor parte de sus 65 años–. No conocen a los animales que intentan contar». Algunos reclaman que se aumenten o directamente se anulen las cuotas impuestas por el Gobierno. Los inughuit quieren gestionar por sí mismos su territorio. «Convivimos todo el año con los animales que cazamos –dice Qillaq–. Los biólogos que hacen el censo han de venir y convivir con los cazadores para aprender de nosotros».

Cada uno de ellos debe obtener de la caza al menos la mitad de su renta anual para optar al estatus de cazador profesional, que a su vez le permite acceder a los permisos oficiales para capturar narvales y otros animales salvajes. En una carta de 2021 a la revista Science, los científicos del Instituto describían el mercado nacional del narval como una actividad comercial –no una captura de subsistencia–, señalando que el mattak de un ejemplar promedio se cotizaba en el mercado a unos 10.000 euros en 2020. «El narval es, con diferencia, el producto de caza más valioso de Groenlandia –escribe en un reciente correo electrónico Mads Peter Heide-Jørgensen, científico del Instituto que estudia las poblaciones de este cetáceo desde hace más de 30 años–. Y los cazadores dependen en gran medida de lo que ingresan con ese recurso. Eso influye en su percepción del estado de dicho recurso».

«Quiero comer el alimento que yo mismo saco del mar, como nuestros antepasados». Qillaq Kristiansen, cazador inughuit

La misión del Instituto, explica, es generar un asesoramiento científico óptimo basado en métodos internacionalmente aceptados, no congestionar las poblaciones. «Esto no obsta para que desarrollemos métodos de estimación del estado de las poblaciones junto con los cazadores locales», añade, y alude a la última contratación de cazadores por parte del Instituto en 2015 para ayudar a recopilar datos científicos sobre los narvales y participar en entrevistas. Eso sí, observa, la estimación de las poblaciones de mamíferos marinos exige «unos conocimientos sobre la dinámica de las poblaciones que muy pocos investigadores profesionales de la evaluación dominan plenamente». Todavía se está analizando un estudio realizado en los alrededores de Qaanaaq en 2022, y el próximo está previsto para 2030 o más adelante.

Cazando mérgulos
Kiliii Yüyan

Pullaq Ulloriaq utiliza una red de pértiga para atrapar mérgulos al vuelo por encima de su zona de nidificación cerca de Siorapaluk, un asentamiento inughuit al noroeste de Qaanaaq. Estas aves, fermentadas en piel de foca, son un alimento tradicional de la  comunidad.

En el mundo abundan los ejemplos de cómo el conocimiento indígena enriquece la comprensión científica de la naturaleza en general y del recuento de cetáceos en particular. En Alaska, la Comisión Ballenera Internacional prohibió la captura de ballenas de Groenlandia en 1977, con la consiguiente erosión del modo de vida tradicional de los inuit de la zona. Investigadores es--tadounidenses no tardaron en asociarse con los inuit para revisar la metodología de recuento e incorporar sus conocimientos sobre la conducta migratoria de las ballenas bajo el hielo y lejos de la costa. El resultado: el número estimado se triplicó hasta superar los 15.000 individuos en las tres décadas siguientes, lo que condujo a un aumento gradual del número de ballenas que pueden capturar los inuit de Alaska.

«Gestión local por parte de la población local con inclusión de sus conocimientos: este es el camino –afirma Kuupik V. Kleist, ex primer ministro de Groenlandia y coautor de un infor--me del Consejo Circumpolar Inuit de 2017 sobre el futuro de Pikialasorsuaq–. No veo otra vía».

 

Después de la caza
Kiliii Yüyan

Un narval capturado es remolcado por la cola hasta un lugar despejado en el hielo cerca del campamento de los cazadores. Una vez fuera del agua, se despiezará y repartirá entre el grupo, beneficiando a los cazadores que lo arponearon.

Con las respiracionesy los golpes de remo de Qillaq haciendo las veces de metrónomo, la caza es una danza acuática perfectamente coreografiada aunque de resultado incierto. Si la cuerda del arpón se engancha al kayak, si un narval propina un coletazo a la canoa o si una morsa decide embestir, el cazador puede perder la vida en menos que un arpón se clava en el lomo del animal. Para Qillaq y sus compañeros, cada partida de caza que acaba bien es un regalo. Se reparten la carne según la función de cada uno: arponear, vigilar el hielo movedizo, despiezar, atender el campamento…

El primer cazador que arponea el narval recibe un trozo de eqqui (la carne entre la cabeza y las aletas), uliutaa (la que está a lo largo de la espina dorsal), sarpiup illua (la mitad de la cola, o aleta caudal), nungiallua (rabadilla), uummataa (corazón), niaqua (cabeza) y tuugaaq (colmillo). Al siguiente cazador le toca itersoraq (parte inferior del cuerpo), sarpiata aappaa (la otra mitad de la aleta caudal) y uliutaa. Los demás integrantes se quedan partes más pequeñas y menos deseables, como los órganos internos y reproductores. Los últimos recompensados son los perros, que para los cazadores inughuit son un medio de transporte más fiable sobre el hielo primaveral que las motos de nieve, más rápidas pero más ruidosas y caras, y propensas a tener averías.

Una buena temporada de caza del narval proporciona carne y mattak en cantidad suficiente para que los inughuit alimenten a sus familias y sus perros, y para que puedan compartir en eventos comunitarios como las bodas. Además, ofrece unas existencias de mattak y colmillos que pueden venderse a nivel local. Una reducción de casi el 40 % de la cuota significaría la pérdida tanto del sustento como de los ingresos. 

Una treintena de lugareños forman el sindicato de cazadores de Qaanaaq, una rama del KNAPK que representa los intereses económicos, sociales y culturales de sus integrantes. Dependen de los ingresos de la caza y la pesca, complementados con empleos esporádicos a tiempo parcial, para ganarse la vida y mantener su condición de cazadores profesionales.

Los sindicados tienen la seguridad de que hoy hay más narvales que antes en la zona del fiordo. «El número ha aumentado de forma espectacular», dice Danielsen. Y observan que difieren en aspecto y en conducta de los que ellos recordaban, lo cual sugiere que ha habido una mezcla de poblaciones. Los inughuit explican que algunos de los recién llegados, a diferencia de los de la población de Inglefield, son más esbeltos y tienen la cola más grande, y no reconocen sus kayaks como un peligro. El Instituto ha llevado a cabo estudios genéticos, según Heide-Jørgensen, e identificado en algunos casos «las diferencias que perciben los cazadores».

En los últimos tiempos hay señales alentadoras de que los conocimientos inughuit están a punto de recibir mayor reconocimiento. A nivel nacional, la legislación groenlandesa en materia de caza se actualizó en 2023 para garantizar que los científicos incluyan la sabiduría y las observaciones de los cazadores durante las evaluaciones de las poblaciones. De este modo se da igual peso «a la ciencia y a los conocimientos de los cazadores en los procesos de toma de decisiones», apunta Amalie A. Jessen, alta funcionaria del Ministerio de Pesca y Caza de Groenlandia. A la hora de establecer las cuotas, explica, el Gobierno no puede limitarse a dar audiencia a los científicos. «Tenemos que escuchar a los cazadores –declara–. Ellos pueden informarnos sobre la distribución de los narvales en la zona, cuándo llegan y cuándo se van, y cómo influye el estado del hielo en la caza». Y pueden indicar, añade, cuántas crías están viendo.

A nivel internacional, Groenlandia y Canadá firmaron el año pasado una declaración de intenciones para avanzar hacia la protección y gestión conjunta de Pikialasorsuaq, lo que podría otorgar a los inughuit un papel más sustancial en la istración de su territorio ancestral, incluidos, quizás, los cotos de caza de la isla de Ellesmere.

«Volver a tener a nuestra zona tradicional significaría mucho para nosotros –asegura Qillaq–. También es bueno que la ley de caza se refiera a los conocimientos de los cazadores con mayor claridad». No obstante, se pregunta cuánto tiempo tardaría en notarse en la práctica la aplicación de la ley. Mientras tanto, su pueblo seguirá navegando entre los narvales, respetándolos, aprendiendo de ellos y dependiendo de ellos. La próxima temporada él sus compañeros de caza se dirigirán con sus arpones al borde del hielo primaveral.

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Este artículo pertenece al número de Julio de 2024 de la revista National Geographic.