El río fluye, inmenso y silencioso. Es diciembre en el sur de Kazajistán, y el paisaje del río Sir Daria es una sucesión de borrones en tonos castaños y pardos: pastos durmientes, llanuras aluviales colmadas de sedimentos, árboles sin hojas. No es el tramo más pintoresco de la orilla, cubierto como está de envoltorios de comida, botellas y hasta los restos de un coche abandonado. En lo alto, el sol queda oscurecido por una neblina de humo de carbón. Pero para lo que busca Bernie Kuhajda, es el lugar perfecto.
«Este es el hábitat que necesitamos», declara Kuhajda. Este biólogo del Instituto de Conservación del Acuario de Tennessee alberga la esperanza de encontrar al esturión del Sir Daria, una especie que a pesar de ser nativa de estas mismas aguas, no se ha avistado desde los años sesenta, después de que se construyese una serie de presas soviéticas a lo largo de todo el sistema fluvial.
David Guttenfelder
Las 26 especies de esturiones que hay en el mundo están clasificadas como vulnerables, en peligro, en peligro crítico o extintas en estado silvestre. En Kazajistán, el esturión del Sir Daria podría estar ya extinto; no se ha avistado en décadas. Pero Bernie Kuhajda (a la derecha), biólogo especialista en conservación acuática, lo sigue buscando, tratando de avivar la esperanza de su recuperación.
Aquellas construcciones bloquearon el de los esturiones a sus lugares de freza y cambiaron para siempre el curso del Sir Daria, que baja desde las elevadas cumbres de Kirguizistán hasta lo que ahora son los vestigios del mar de Aral. Si el esturión todavía existe pese a todo, Kuhajda cree que vivirá en este tramo limoso y de aguas someras.
Unos meses antes, el biólogo de conservación acuática había recibido la llamada de Re:Wild, organización conservacionista gestora de un programa de búsqueda de lo que denomina especies perdidas: animales que no se han visto en al menos una década y que podrían estar extintos, pero no hay datos fehacientes para afirmarlo. Los responsables de Re:Wild se pusieron en o con él sabiendo que era uno de los contadísimos científicos que alguna vez han visto el esturión del Sir Daria.
En el plano ecológico, los esturiones están al borde del colapso. En el económico, hablamos de uno de los animales más cotizados de la Tierra.
Cuando en la década de 1990 preparaba su posgrado, Kuhajda visitó museos de Londres, Moscú y San Petersburgo y grabó en vídeo 27 especímenes fusiformes, blanqueados por años de almacenamiento. «Me dijeron: "Tú eres el experto" –explica, recordando la llamada de Re:Wild–. Y yo les contesté: "Bueno, los he visto muertos dentro de un frasco"».
El esturión del Sir Daria es un pez inconfundible. Con una longitud máxima de unos 22 centímetros, es la más pequeña de las 26 especies de esturiones. El mayor es el esturión beluga; el ejemplar más grande documentado, sacado de las aguas del Volga en 1827, superaba los siete metros de largo y los 1.450 kilos de peso. Todos los esturiones tienen el hocico largo y plano, barbas colgantes con las que detectan las presas del fondo y cinco hileras de escudos óseos que recorren todo su cuerpo en vertical. Es difícil confundir este pez antediluviano con ninguna otra especie. Si cruzásemos un siluro, un tiburón, un estegosaurio y una podadora de jardín, nos saldría algo bastante parecido a un esturión.
David Doubilet
La tarea de recuperar una población de estos peces lleva su tiempo. Los esturiones lacustres, como estos del río San Lorenzo a su paso por el estado de Nueva York, pueden vivir más de un siglo, pero no empiezan a reproducirse hasta que tienen entre 15 y 33 años.
Durante 162 millones de años, los esturiones resistieron oscilaciones climáticas, desplazamientos de las masas continentales, erupciones volcánicas y una extinción masiva. «Sobrevivieron al asteroide que aniquiló a los dinosaurios, soportaron todo lo que la naturaleza y el espacio tuvieron a bien hacerles pasar», dice Kuhajda. Lo han soportado todo, con una sola excepción: la humanidad. Hoy son el grupo ictiológico más amenazado del mundo. Desde 1970, la población mundial de esturiones se ha desplomado un catastrófico 94 por ciento. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) tiene catalogadas 25 especies de esturiones como vulnerables o en peligro, 17 de ellas en peligro crítico, y una especie extinta en estado silvestre. También se teme que tres de las especies en peligro crítico, entre ellas el esturión del Sir Daria, se hayan extinguido ya.
En el plano ecológico, los esturiones están al borde del colapso. En el económico, hablamos de uno de los animales más cotizados de la Tierra. Gran parte de su declive puede atribuirse a la sobrepesca; el caviar, los abundantes huevos color obsidiana de estos peces, se sala y se vende en el mundo entero como símbolo comestible de estatus y riqueza. Algunas latas se venden a precios que superan los 20.000 euros el kilo.
Jennifer Hayes
Un esturión lacustre se alimenta de mejillones cebra, una especie invasora, barriendo los fondos con sus cuatro barbas detectoras de presas. Los esturiones tienen en el hocico electrorreceptores, al igual que los tiburones, que los ayudan a detectar el movimiento de otros animales.
Pero incluso para las especies como el esturión del Sir Daria cuya hueva no se codicia, las decisiones humanas y los cambios ambientales han sido devastadores. «Los humanos tardamos apenas 200 años en destruir hasta el último hábitat fluvial de los esturiones», afirma Kuhajda. Estos peces surgieron hace más de 160 millones de años en ríos de curso libre, es decir, sin barreras. «Todos los esturiones migran», explica. Pero ahora hay demasiados obstáculos en su camino: presas, embalses, dragados y desvíos para el riego impiden la migración río arriba hasta los lugares de desove y bloquean el camino a las larvas que flotan río abajo. Además, las escorrentías agrícolas pueden crear proliferaciones de algas tóxicas, mientras que el desarrollo urbanístico, la tala y la minería destruyen los frezaderos y generan sedimentos nocivos.
Kuhajda confía en que un pequeño número de esturiones del Sir Daria haya sobrevivido al Antropoceno. Si logra encontrarlos, seguirá un manual de estrategias perfectamente ensayado: capturar una población reproductora de machos y hembras, llevarlos a una piscifactoría y criarlos para reintroducirlos en la naturaleza. En lugar de presas bloqueando las rutas de desove, programas de cría y transporte. En vez de sobrepesca, leyes e instituciones que prohíban o limiten la captura insostenible. Hasta el negocio del caviar tiene un papel en el empeño de salvar a los esturiones de un destino tan inminente como aciago.
Los peces de criadero reintroducidos han regresado a sus cuencas hidrográficas nativas, y en algunos lugares están empezando a reproducirse por primera vez en décadas.
Antes de llegar al río, Kuhajda se había detenido ante un puesto de venta de pescado instalado en el arcén para mostrar una foto de los especímenes del museo. Los camiones pasaban rugiendo por la vía cuando uno de los pescadores estudió la foto y confirmó que años atrás había sacado del agua algo parecido, avivando la impaciencia de Kuhajda por meterse en el río.
El biólogo y su colega, Dave Neely, se dirigen al agua portando la red confeccionada a medida con la que barrerán el río. Tres funcionarios de pesca kazajos han venido desde el mar de Aral en un enorme camión de la era soviética para supervisar la búsqueda de los peces desaparecidos. Uno de ellos, Tynysbek Barakbayev, se apoya en el viejo vehículo y observa cómo Kuhajda y Neely se adentran en el río. «Tenemos una oportunidad –dice–. Pero mínima. Hay que confiar».
Es abril, y el río Wolf fluye por Wisconsin cargado de esturiones lacustres. Los peces merodean por las piedras de las orillas, rompiendo el agua con las aletas en el espumoso aliviadero de la presa de Shawano, situada entre una fábrica de papel a un lado del río y el Parque del Esturión de la ciudad de Shawano, una vía verde que discurre paralela a la orilla. Desde la construcción de la presa en 1892, este es el punto más elevado del río que pueden alcanzar los esturiones. A lo largo de las márgenes comienza a agolparse una multitud deseosa de asistir a este rito anual de primavera, en el que millares de individuos remontan el curso desde el lago Winnebago, 200 kilómetros río abajo, para desovar. Son una pequeña parte de los aproximadamente 40.000 ejemplares adultos que habitan en el sistema del lago Winnebago. La población de esturiones lacustres de Wisconsin es una de las más sanas del planeta.
Diana Marques y Rosemary Wardley
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La suya es una historia de recuperación que los defensores de estos peces buscan emular en todo el mundo. Los esturiones fueron tan abundantes en los ríos norteamericanos que, según la tradición indígena, se podía cruzar de una orilla a otra pisando peces. En su día, los esturiones lacustres –los que desovan más abajo de la presa de Shawano y llegan a alcanzar unos dos metros de longitud– se distribuían desde los Grandes Lagos y la bahía de Hudson hasta la cuenca del Mississippi, pero hacia la década de 1970 ya habían sido eliminados de muchos de sus ríos nativos.
En Wisconsin se habían desplomado las poblaciones unos años antes, sin embargo, una gestión previsora evitó el desastre. En 1915 el estado instauró un veto temporal pero absoluto de la pesca del esturión, y luego implantó límites de capturas y tallas que todavía están vigentes.
Hoy esos límites de capturas los determina Margaret Stadig, la bióloga experta en pesquerías del Departamento de Recursos Naturales de Wisconsin encargada de velar por la salud de la población de esturiones del lago Winnebago. Stadig también colabora con las autoridades federales en un programa de cría destinado a restablecer la población de esturiones lacustres en su antigua área de distribución.
Jennifer Hayes
Los programas de cría pueden rejuvenecer las poblaciones de estos peces. En la imagen, unos juveniles de 10 a 15 centímetros de largo exploran los tanques de la Oneida Fish Cultural Station, una piscifactoría del noroeste de Nueva York. Durante cuatro meses ganarán tamaño en grandes tanques, antes de ser soltados en la naturaleza.
Esta es la primera temporada de desove que supervisa (a su predecesor le habían imputado los cargos de hurto de caviar) y, desde la orilla del río Wolf, mientras observa a los esturio-nes que se preparan para desovar, señala a una hembra que se mueve lentamente entre las piedras, hinchada de huevos. «Parece un zepelín», dice, añadiendo que los machos son más finos y estrechos, «con más aspecto de torpedo», y también más activos: a veces saltan fuera del agua.
Cuando una hembra está lista para desovar, un grupo de machos la rodea, golpeándole el abdomen con la cola con tanta fuerza que un espectador apostado en la margen del río llega a notar la vibración de las piedras, hasta que expulsa los huevos, millares cada vez. La hueva y la lecha (el esperma de los peces) se unen y se depositan sobre las rocas o sobre la grava del lecho fluvial. Al cabo de una semana, las larvas eclosionarán y se dejarán llevar corriente abajo por la escorrentía primaveral. «Cuando desovan, vibran», dice Stadig, refiriéndose a lo que los lugareños llaman «el trueno del esturión».
En cuanto empieza el trueno, el equipo de Stadig, presente para cuantificar y determinar las características de los peces, se pone manos a la obra, capturando los esturiones con redes y colocándolos sobre una lona. Un miembro del equipo sujeta la cabeza de un ejemplar; otro, la cola, mientras un tercero busca marcas telemétricas que indiquen si el pez ha sido capturado con anterioridad. Stadig determinará los límites de capturas del año siguiente con ayuda de un algoritmo basado en la cifra de individuos marcados y sin marcar. Gracias a estas cuotas, los esturiones del río Wolf gozan de suficiente salud para mantener su población. Las autoridades federales confían en capitalizar el éxito logrado en el Wolf para repoblar ríos de otros estados.
Una vez medido, determinado su sexo y marcado, el pez se entrega a un grupo del Servicio de Pesca y Vida Salvaje, que obtiene huevas y lecha de los esturiones hembras y machos, los mezcla usando una pluma de pavo (su suavidad garantiza que no dañará los huevos al removerlos) y transporta los huevos fecundados al Criadero Nacional de Peces de Warm Springs, en Georgia. Más o menos un mes después, instalaciones de engorde como el Acuario de Tennessee, donde trabaja Kuhajda, recogen los peces y los crían en tanques, alimentándolos a base de artemias y gusanos de sangre. Cuando alcanzan los 15 centímetros, se sueltan en ríos de los que desaparecieron tiempo atrás debido a la sobrepesca, los dragados, la contaminación y las presas.
Jennifer Hayes
La cría comienza con la captura de ejemplares silvestres en primavera, cuando están en pleno desove. En el río Wolf de Wisconsin, los esturiones se sacan del agua con cuidado para extraer los huevos de las hembras.
Desde el año 2000, el acuario y sus colaboradores han reintroducido más de 300.000 esturiones lacustres en los ríos Tennessee y Cumberland, con la esperanza de que prosperen en los tramos entre una presa y otra. Las primeras hembras acaban de alcanzar la edad reproductiva (que se sitúa a partir de los 20 años en el esturión lacustre), aunque Kuhajda y su equipo todavía no han visto pruebas de que los peces reintroducidos hayan desovado con éxito ni de que las larvas hayan sobrevivido al peligroso viaje por los numerosos embalses para transformarse en juveniles. Pero los esturiones lacustres reintroducidos sí se han reproducido en sistemas fluviales de la cuenca del Coosa, en Georgia, con tramos de curso libre más largos, y los investigadores continúan albergando esperanzas. «Cuando se inicia un programa de regeneración de esturiones, manejas plazos a cien años vista –explica Kuhajda, quien se unió al equipo de Wisconsin para reunir muestras de aletas con las que trazar la genética del criadero–. Es una inversión a muy largo plazo».
Antes de concluir su labor, el equipo de Stadig separa 73 esturiones para entregárselos a la tribu menomini, cuya reserva se encuentra por encima de la presa de Shawano. Durante milenios, este pueblo se reunía cada primavera para celebrar una fiesta y una ceremonia. «Esperábamos la llegada de los esturiones después de los largos meses de invierno», cuenta David Grignon, el agente de preservación histórica de la tribu.
Cuando se construyó la presa hace más de 130 años, la migración se interrumpió y la ceremonia se abandonó. Un siglo después, gracias a las iniciativas de recuperación estatales, las autoridades de Wisconsin en colaboración con la tribu empezaron a trasladar los peces sorteando las presas: «Los llevan en grandes camiones y tanques» cada primavera, dice Grignon, y la tribu recuperó su ceremonia, en la que participan bailarines que imitan el remonte de los esturiones.
Las autoridades tribales también están trabajando para instalar un paso en una presa y así restaurar la migración natural de los esturiones a la reserva. Pero de momento, los supervisores del esturión como Stadig también deben hacer las veces de parteras, ayudando al pez a salvar fronteras humanas infranqueables.
Es irónico: el mismo sector económico que provocó la merma de tantas especies de esturión desempeña hoy un papel clave en su recuperación. En el criadero que su familia regenta a las afueras de Milán, en Italia, Sergio Giovannini se detiene sobre una rejilla metálica por encima del agua y señala a un pez llamado Cavallo. Actualmente la mayor parte del caviar del mundo se produce en instalaciones de acuicultura como esta, unos viveros que según los defensores del esturión pueden contri-buir a la salvación de muchas especies europeas.
La familia Giovannini cría 300.000 esturiones del Adriático, rusos, esterletes y estrellados que luego comercializa en el mercado mundial.
La mayoría de los ejemplares se venderán por su caviar y su carne. Cavallo no.
Jennifer Hayes
El proceso de fecundación empieza después de extraer los huevos de la hembra y el esperma del macho. Los dos gametos se mezclan con sumo cuidado; una pluma de pavo es un buen instrumento para realizar la tarea, y unos meses después los peces nacidos se sueltan en un río.
Todo el mundo había dado por hecho que Cavallo, con su finura y sus saltos de semental, era macho, de ahí el nombre masculino. Pero en 2020 la familia lo trasladó de un enclave de agua de manantial a los tanques de la granja, que contienen agua de río, y Cavallo desovó por primera vez. Tenía unos 50 años. Ahora está aportando esos huevos en pro del futuro de la especie. «A esta dama le damos agua de río, y en tres o cuatro años empieza el milagro», dice Giovannini.
Lo que también tiene algo de milagroso es que existan Cavallo y los demás esturiones del Adriático de la explotación. El padre de Sergio, Giacinto, compró a Cavallo y otros 60 ejemplares a pescadores del río Po y sus afluentes a mediados de los años setenta, antes de que naciera Sergio. Fueron de los últimos esturiones del Adriático capturados vivos en su hábitat; la UICN declaró a la especie en peligro crítico de extinción, y posiblemente extinta en estado silvestre, en 2010.
Aunque Giacinto tenía experiencia en la cría de truchas y lucios, no sabía cómo criar esturiones en cautividad. Había oído que los soviéticos llevaban desde 1860 fecundando con éxito especies de esturiones del Caspio. En la década de 1940 sus científicos descubrieron cómo inducir la ovulación con inyecciones de hormonas hipofisarias y en 1969 consiguieron extraer óvulos mediante laparotomía, una cirugía invasiva parecida a una cesárea.
Cuando en 1978 Giacinto solicitó la ayuda de los soviéticos para hacer lo mismo con sus esturiones del Adriático, se la negaron. Su plan B fue aprender por sí mismo a base de ensayo y error, con ayuda de científicos ses e italianos. En 1988, más o menos cuando se prohibió casi por completo la pesca del esturión salvaje, por fin consiguió su propósito con un método de extracción no invasivo, consistente en aplicar una suave presión en el abdomen de la hembra madura para «ordeñar» la hueva sin necesidad de hacerle incisiones.
Jennifer Hayes
Los avances en las técnicas de cría permiten que el sector del caviar participe en las iniciativas de conservación. Hoy la mayor parte del caviar del mundo sale de las instalaciones acuícolas, como esta cerca de Milán, que cría esturiones esterletes albinos. Aunque la pesca legal del esturión silvestre para la obtención de caviar es muy infrecuente, aún existe un mercado negro.
Poco después distribuyó sus primeros juveniles del Adriático a organizaciones conservacionistas para que los usasen en programas de repoblación. Y ya en los años noventa empezó a criar esturiones del Adriático y otras especies para producir caviar. Se cree que todos los esturiones del Adriático que existen en la actualidad descienden del grupo reproductor con el que se hizo Giacinto en los años setenta. «Volviendo la vista atrás –dice Beate Striebel-Greiter, responsable de la iniciativa sobre el esturión del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF)–, se puede afirmar que [los Giovannini] probablemente han salvado al esturión del Adriático».
Los expertos esperan que este tipo de programas llegue a proteger otras especies, como el esturión ruso y el esterlete, además del mayor y más codiciado: el beluga. El esturión beluga soportó una presión demográfica formidable cuando el número de esturiones cayó en picado en el siglo XX como consecuencia de la sobrepesca y la construcción de presas. Entonces floreció un mercado negro totalmente descontrolado en el que se calcula que las hembras reproductoras de beluga llegaron a cotizarse a hasta tres millones de dólares por ejemplar. En su día se avistaba –y pescaba– esturión beluga en el norte de Italia. Hoy ha desaparecido de los ríos italianos y solo resiste en cantidades mínimas en los mares Caspio y Negro o en explotaciones acuícolas.
Aunque todavía existe un mercado negro del caviar, la expansión de la acuicultura lo hace menos lucrativo. «Mato peces con la mano derecha, pero con la izquierda puedo participar en la conservación», dice John Giovannini, quien junto con su hermano Sergio sigue proporcionando ejemplares reproductores a las iniciativas de reintroducción del esturión del Adriático.
Desde la explotación de los Giovannini, los esturiones criados se llevan en camión hasta Agroittica Lombarda, una procesadora de caviar en la cercana ciudad industrial de Calvisano que procesa 28 toneladas al año. A diferencia de lo que ocurre en el programa de cría de los Giovannini, la recolección de caviar sigue requiriendo el sacrificio de las hembras. Los esturiones se descargan, se sacrifican y luego se trasladan a las salas de procesamiento, donde los operarios, enguantados y enfundados en batas quirúrgicas, extraen los ovarios y obtienen cientos de miles de huevos oscuros y brillantes –representan hasta el 25 por ciento del peso total del pez– que a continuación enjuagan, catan, clasifican, pesan, salan, envasan, prensan y finalmente enlatan y etiquetan para su venta.
«Cuando compras caviar, no compras los huevos del esturión, compras una percepción –dice Paolo Bronzi, presidente de la Sociedad Mundial para la Conservación del Esturión–. Un producto de lujo, algo especial solo al alcance de los ricos. Champán, caviar, una chica guapa». En la sala de clasificación, uno de los trabajadores me ofrece una cata de caviar osetra de esturión ruso, una especie en peligro crítico de extinción. Es cierto, sabe a opulencia: sal, mar, vida.
En Kazajistán, a orillas del Sir Daria, los enviados de la autoridad de pesca kazaja fuman y esperan, comprensivos, mientras Kuhajda se las ve y se las desea para no resbalar sobre el limoso fondo del río. Neely y él arrastran una red bajo la superficie. En su primera pasada sacan innumerables ramitas y cadillos, junto con algunos pececitos como carpas y tencas. En la orilla colocan cada especie capturada en un recipiente de plexiglás para medirla y fotografiarla. Luego desenredan la red y vuelven a vadear el río, con la esperanza de que en la siguiente pasada aparezca un esturión que ningún científico ha visto en más de 50 años y allane el camino hacia su recuperación.
Jennifer Hayes y Hal Silverman
El caviar –huevos de esturión no fecundados que se han salado– llega a cotizarse a casi 600 euros la ración. Una hembra puede producir más de 100.000 huevos en una sola temporada de desove.
Trabajos como el suyo están cambiando las cosas. Gracias a científicos y acuicultores como Kuhajda, Stadig y los Giovannini, las poblaciones han empezado a recuperarse. En el este de América del Norte, las cifras de esturión del Atlántico, del Golfo y lacustre han dejado atrás los mínimos del siglo pasado. Los peces de criadero reintroducidos, como los del río Wolf de Wisconsin, han regresado a sus cuencas hidrográficas nativas, desde Nueva York hasta Minnesota, pasando por Alemania y China, y en algunos lugares están empezando a reproducirse por primera vez en décadas. En 2021, tras más de 30 años de repoblaciones, los científicos encontraron varada una hembra cargada de huevos y detectaron juveniles en tres ríos italianos, lo que sugiere que los esturiones de repoblación pueden haber empezado a reproducirse de nuevo en la naturaleza. En abril de 2024 desovaron por primera vez en su hábitat nativo esturiones del Yangtsé criados en cautividad, casi dos años después de que un grupo de expertos internacionales los declarara extintos en estado silvestre.
Los paladines internacionales del esturión tampoco se han rendido con la especie en mayor peligro de extinción. Kuhajda ayudó a identificar el último esturión de Alabama capturado en la naturaleza en 2007; los biólogos siguen peinando el río en busca del esturión al que da nombre, y han hallado su ADN en sus aguas.
Por desgracia, Kuhajda no encontrará ningún esturión del Sir Daria en esta expedición a Kazajistán. Pero volverá esta primavera para buscar río arriba en Uzbekistán, donde hay más aguas someras y canales trenzados que se prestan mejor a su labor de búsqueda. Cree que están allí, y que la próxima expedición puede ser la que resucite a ese pez prehistórico, fusiforme, legendario. «Lo reconoceré en cuanto rompa el agua –dice–. Y me dará un vuelco el corazón».
Este reportaje se publicó en el número de junio de 2025 de National Geographic.