La lotería genética no favoreció a KJ. Donde algunos obtienen ciertos rasgos como el color de los ojos, del pelo, o una mayor altura, la suerte de este bebé nacido a finales de 2024 había querido que en sus genes quedase grabada una enfermedad genética rara. KJ iba a padecer de una deficiencia en una proteína llamada carbamoil fosfato sintetasa 1 (S1), que le acompañaría durante toda su vida.
Esta proteína es una enzima, es decir, una pequeña máquina biológica que ayuda al organismo a realizar un proceso. En este caso, la S1 es una de las primeras enzimas necesarias a la hora de producir orina. Concretamente, S1 permite que el hígado transforme el exceso de amonio, un compuesto tóxico que se libera al consumir proteínas, en carbamoil fosfato. Sin esta enzima, los niveles de amonio de KJ aumentarían hasta niveles peligrosos, lo que podría provocarle daños cerebrales, inducirle un coma, o incluso la muerte prematura. Estas consecuencias eran el resultado de un cambio en una letra del ADN, el "libro de instrucciones" que nos hace humanos. Un cambio minúsculo que iba a tener un impacto enorme en su vida, especialmente en sus primeras etapas.
La única opción de KJ era llevar una dieta hiperrestrictiva, con las proteínas justas que necesitaba su cuerpo para crecer, y controlar los niveles de amonio mediante diálisis rutinarias. Una vez creciese lo suficiente, podrían practicarle un trasplante de hígado de otra persona sin la enfermedad, lo que ayudaría a relajar la dieta, pero no le libraría de visitas constantes al hospital.
Lamentablemente, con una enfermedad metabólica, muchas cosas pueden salir mal. Desde la espera, hasta la operación, por lo que se estima que la mitad de las bebés que nacen con esta enfermedad fallecen en las primeras etapas de su vida. Esta agonía no sería solo para KJ, ya que apenas iba a cumplir unos meses de edad y no fijaría estos recuerdos, también la iban a sufrir sus padres y el personal sanitario del que dependía la vida de KJ.
Pero los doctores Kiran Musunuru y Rebecca Ahrens-Nicklas tenían otros planes.
Una nueva esperanza
La tecnología CRISPR ha avanzado a pasos agigantados desde que se creó en 2012. Anteriormente, las tijeras moleculares que permiten cortar y pegar el ADN daban un tijeretazo limpio. Es decir, si el ADN tiene dos hebras que se enroscan alrededor de un punto formando una doble hélice, CRISPR cortaba las dos. Esto tiene sus ventajas, pero también suponía un problema a la hora de aplicarla como tratamiento: un corte limpio induce incertidumbre.
Es decir, cuando la célula detecta que ha habido corte en su ADN y trata de repararlo entra en un "modo de pánico". En ese momento, puede que simplemente pegue los extremos del ADN y se produzca la edición genética deseada, pero también puede quitar o poner letras de ADN al azar, lo que podría agravar el problema inicial y provocar otra enfermedad, como un cáncer.
Pero en la actualidad, los investigadores han logrado transformar las tijeras en una especie de punzón molecular, y gracias a ello pueden quitar únicamente una letra de una hebra del ADN y automáticamente sustituirla por otra. De este modo, tras analizar el ADN de KJ vieron que la intervención genética era viable. Es decir, iban a corregir la mutación que provocaba su enfermedad. Pero tenían que hacerlo rápido.
El tiempo siempre en contra
Como explica Lluís Montoliu, Investigador en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) y en el CIBERER-ISCIII, para Science Media Centre España (SMC), los investigadores liderados por Musunuru primero tuvieron que establecer un cultivo con células de hígado en los que probar la herramienta CRISPR. Tras esto, crearon un ratón de laboratorio con las mismas mutaciones que KJ en el que probaron su viabilidad y, finalmente, encapsularon la herramienta genética en una nanopartícula lipídica similar a la de las vacunas de la COVID-19. Todo esto iba ocurriendo bajo la atenta mirada de la agencia de istración de Alimentos y Medicamentos Estadounidense y de los comités de ética que aprobaron todos los pasos.
La gigantesca investigación tuvo lugar en solo 7 meses y, una vez lista, en sus séptimo y octavo mes de vida, KJ recibió dos pinchazos que le cambiarían la vida.
Al recibir la terapia génica, los médicos fueron introduciendo una cantidad cada vez mayor cantidad de proteínas en la dieta de KJ y observaron, con gran alivio, como los niveles de amonio iban disminuyendo poco a poco hasta estabilizarse. Recientemente, K.J. ha recibido lo que los médicos esperan que sea su último pinchazo y que, con él, su hígado funcione como el de una persona sin la enfermedad.
Gemma Marfany, Catedrática de Genética de la Universitat de Barcelona (UB) y miembro de CIBERER indica en SMC que se trata de un «milagro» científico que ha permitido curar una enfermedad severa muy minoritaria, y aporta conocimiento para tratar muchas otras enfermedades. Además, subraya la importancia de la investigación: «Realmente es un caso único, una prueba de concepto con éxito, diseñada y aplicada en un tiempo récord, en el que los investigadores y clínicos no se han saltado ni uno de los pasos previos preclínicos, ya que han generado modelos celulares humanos y también un modelo de ratón humanizado con la mutación del paciente para comprobar la seguridad de la dosis y la eficiencia de la estrategia terapéutica. Además, han contado con todas las aprobaciones de los comités de bioética correspondientes».
Las últimas confirmaciones
En estas edades tan tempranas, realizar una biopsia del hígado está desaconsejado. Sin embargo, es lo que necesitarían los investigadores para confirmar que la terapia génica ha sido un éxito y que KJ no seguirá sufriendo la enfermedad en un futuro. Por el momento todo apunta en la buena dirección y, con suerte las visitas al hospital de este bebé serán cada vez más infrecuentes, pero mientras tanto, el mundo seguirá atento para ver cómo evoluciona.
Como comentaba la Dra. Marfany, esta investigación no es solo una alegría para la familia de KJ. También abre la puerta a la esperanza para pacientes con otras enfermedades raras y minoritarias. Aún así, conviene ser cautos, puesto que todavía queda mucho camino por delante para lograr reducir los costes de la tecnología y que las terapias génicas y la medicina personalizada sean una realidad aplicable en todo el mundo. Mientras llega ese momento, KJ ha podido ser testigo de las maravillas que el ser humano es capaz de crear cuando trabaja en equipo para lograr un bien común. Como, en este caso, curar una enfermedad anteriormente incurable.
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