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La Bastida, una fortaleza inexpugnable

El asentamiento de La Bastida, construido sobre una ladera de casi imposible, era una obra de ingeniería colosal y un importante centro de poder político.

Actualizado a

Una fortaleza difícil de asediar

Invisible hasta casi llegar a su muralla, La Bastida sería una ciudad prácticamente inexpugnable. La zona entre las ruinas y la cima del cerro sigue sin excavar.

Excavado en 1869 por el ingeniero Rogelio de Inchaurrandieta, el asentamiento de La Bastida probablemente estuvo ocupado entre los años 2220 y 1550 a.C. Inmenso, extendido sobre una ladera de casi imposible, su finalidad defensiva, reflejada en una muralla cuyo punto más alto alcanzaría los seis o siete metros, es evidente.

Hoy el equipo del Proyecto La Bastida ya ha excavado cuatro torres de la cara norte, la única que podría ser asaltada por un grupo invasor, ya que las demás están defendidas por barrancos y un precipicio desde el que, como gusta decir a Rafael Micó, «solo se cae una vez».

Una Europa militarizada
Nuria Puentes

En esta imagen de dron se aprecian a la perfección las enormes torres que defenderían el flanco más vulnerable de La Bastida. Se calcula que alcanzarían entre seis y siete metros de altura. La muralla exterior se prolongaría por la ladera. A la izquierda, justo debajo del límite urbano, se ve el canal, excavado en la roca a base de músculo, para transportar agua. La ciudad ocuparía una superficie aproximada de 45.000 metros cuadrados, lo que la convertiría en el mayor asentamiento fortificado de la Edad del Bronce en la península ibérica. Es uno de los hitos más emblemáticos de la cultura argárica por su distancia de las zonas productivas. Sin duda, aquí residiría una élite que dictaba por la fuerza las normas de la vida colectiva.

 

El guía de nuestra visita a esta ciudad escondida es Miguel Valério, el sexto miembro del equipo, un portugués afincado en Murcia especializado en prehistoria y escrituras antiguas. «Era casi inexpugnable –dice de la fortaleza–.

Aún no sabemos si había más entradas en la parte alta del cerro, pero la puerta que conocemos está construida en la pendiente, bajo las torres que estarían recubiertas de marga, lo que alisaría la superficie e imposibilitaría la escalada».

Por un momento, Miguel se imagina en la Edad del Bronce, con un arma en la mano derecha y un escudo en la izquierda. «Todo estaría en tu contra una vez que cruzaras el canal. Para derribar la puerta, necesitarías un ariete, pero falta espacio para maniobrarlo.

Si aun así lograbas entrar, tendrías que recorrer un pasillo estrecho, bajo una lluvia de proyectiles, que terminaría en una curva en L, ideal para emboscadas. Esta muralla la construyó alguien con muy mala idea», bromea.

 

Reconstrucción de una casa
Asome--UAB

En un innovador test de arqueología experimental, el equipo del Proyecto La Bastida reconstruyó una casa utilizando técnicas y materiales de la Edad del Bronce para facilitar la interpretación y, al mismo tiempo, estimar en tiempo real el ritmo de degradación de los materiales utilizados.

 

Eva Celdrán dedicó su tesis doctoral a la arquitectura de La Almoloya y ha estado en todos los trabajos llevados a cabo en La Bastida durante los últimos 15 años. «La primera muralla data de la época inicial del asentamiento, en 2200 a.C., pero fue reforzada en la época de auge de la cultura argárica, cuando La Bastida ya no era un territorio fronterizo», explica.

Aun así, añade Lull, «siguieron construyendo y reparando paños de muralla. Es comprensible que lo hicieran en 2200 a.C. Habría tal agitación y violencia que si la puerta de tu ascensor del tiempo se abriera, tal vez pronto estaríamos en combate. Nadie construiría una muralla tan gruesa si no la necesitara, y esto es una prueba de la violencia militarizada de la época. Pero es posible que también haya servido para encerrar a la propia población y crear un sentimiento de identidad diferencial».

«La arquitectura nunca es inocente». Es una frase que Vicente Lull utiliza tanto para comentar el campus de Bellaterra, situado en las afueras de Barcelona, como para explicar el factor que hace de La Bastida un lugar especial.
En su día debió de ser uno de los lugares con mayor densidad de población de la península ibérica: se calcula que pudo haber albergado a un millar de habitantes. Quizá fuese una capital, pero sobre todo es una obra de la que se enorgullecería un ingeniero moderno.

Interior de la casa
Nuria Puentes

El interior de las casas de la Bastida sigue planteando interrogantes. Se desconoce cuántas personas habitaban en cada vivienda. La producción de tejidos se realizaba sin duda en la casa. Los tejados probablemente tenían una abertura para la salida de humos del hogar.

Los callejones entre viviendas eran claustrofóbicos y restringían la libertad de movimientos. Lejos del suelo fértil, La Bastida ejercería un poder político en el que el control del agua sería vital. «El agua y la violencia eran las obsesiones de la comunidad que fundó La Bastida», dice Rafael Micó.

Una enorme balsa de 350.000 litros de capacidad garantizaba el abastecimiento de agua a la ciudad y el desarrollo de actividades productivas como la metalurgia. Contaba con una impermeabilización extraordinaria. «El canal para la conducción de agua es otra maravilla arquitectónica», recuerda Micó.

En 2018, y gracias a una beca de investigación de National Geographic Society, se excavaron más de 70 metros del trazado de este canal, que abastecía de agua a la primera comunidad que habitó La Bastida.

Sin embargo, para comprender La Bastida, es necesario montar de nuevo en el ascensor del tiempo, porque este, como muchos otros asentamientos argáricos, debe entenderse como una partida de ajedrez tridimensional, con piezas repartidas por los tableros correspondientes a los años 2200, 2000 y 1750 antes de nuestra era. Son las tres fases del Argar.

Un asentamiento argárico típico es como una tarta de varios pisos, rehecha por un repostero eternamente insatisfecho que hace y deshace su obra. La capa más reciente es la más expuesta y, por tanto, la mejor conocida.

En algunos asentamientos es posible descender al siguiente nivel –el de la fase 2–, donde el tejido urbano se torna más compacto y el subsuelo comienza a cuajarse de tumbas individuales. En lugares concretos es posible recuperar información de la primera fase, pero por norma general eso pasa por tomar decisiones difíciles y destruir capas posteriores.

Poco se sabe acerca de las primeras gentes de esta cultura. La Edad del Cobre terminó en crisis y, con ella, tocaron a su fin las prácticas funerarias fuera de la zona habitada, con los muertos depositados en panteones megalíticos colectivos.

El desarrollo de la metalurgia del cobre trajo consigo algo nuevo: por primera vez se construyeron herramientas de metal con la función específica de matar y, por alguna razón, los principales asentamientos del sudeste peninsular se enclavaron en cerros, dando prioridad a la defensa militar y al control de los recursos.

En la transición al nuevo milenio, en el año 2000 a.C., casi todos los asentamientos fueron incendiados y reconstruidos con materiales más firmes en un frenesí constructivo. La práctica funeraria experimentó un cambio radical: llegaron las sepulturas individuales acompañadas de ajuares socialmente definidos.

Algunos individuos empezaron a ser enterrados bajo el suelo de las casas, en sentido literal. Las sociedades se estratificaron y se formó una élite guerrera. La siguiente fase, en torno a 1750 a.C., correspondió al auge de estos asentamientos, pero también a la agudización de las diferencias sociales.

Un milar de habitantes
Ilustración: Daniel Méndez / Asome-UAB/ Revives

En esta reconstrucción, que extrapola la prolongación del tramo de muralla, de momento solo conocida hasta la quinta torre, las defensas naturales de la ciudad son claramente evidentes. La Bastida estaba protegida por defensas naturales en tres de las cuatro vertientes, sin necesidad de muralla. Un profundo barranco  habría dificultado todavía más el paso de un nutrido grupo de asaltantes. La enorme balsa tuvo dos fases de construcción; la versión final, impermeabilizada y contenida con un nuevo dique, almacenaría unos 350.000 litros de agua para uso doméstico y productivo. A partir de cierto nivel del talud, todavía se desconocen los vestigios arqueológicos. Es posible que la ciudad tuviese otra puerta de entrada situada pendiente arriba.

El área de influencia de esta cultura se amplió hasta los 35.000 kilómetros cuadrados. Puede que algunos hombres ejerciesen el monopolio de la violencia, pero también fue la época en la que surgieron las mujeres gobernantes, con su propia estética del poder.

Todo ello ha quedado registrado en los mapas tridimensionales de los asentamientos y se desprende de los cientos de tumbas ya examinadas. Pero hay otro indicador relevante…

Camila Oliart es una fuerza de la naturaleza. Miguel Valério y Eva Celdrán suelen decir que se cayó en el caldero de la poción mágica del druida galo, tal es su energía. Su tesis doctoral, dirigida por Cristina Rihuete, se centró en la colección osteológica de La Bastida y en lo que podemos inferir sobre las condiciones de vida de este lugar a partir de los esqueletos.

Al mismo tiempo, el grupo de investigación de la UAB llevó a cabo un trabajo pionero en España analizando el ADN de 68 individuos aparecidos en las tumbas de La Almoloya en colaboración con el Instituto Max Planck.

Los huesos y dientes con más probabilidades de conservar moléculas de ADN antiguo se guardaron en cajas de poliestireno y se enviaron a Alemania, donde los procesaron Vanessa Villalba-Mouco y Wolf-gang Haak.

El análisis bioarqueológico permitió establecer más de 30 relaciones directas de parentesco hasta la tercera generación, algo sin precedentes en un yacimiento prehistórico. Gracias a este trabajo genético, los mapas tridimensionales de las dos últimas fases argáricas empezaron a estar conectados por los tenues pero firmes hilos de la biología.

Volvamos a la tumba 38 de La Almoloya, la de la princesa y su acompañante. Tras el descubrimiento, el equipo envió a Leipzig fragmentos de molares y del peñasco de los huesos temporales de la pareja.

Los resultados fueron espectaculares. El vínculo quedó demostrado: aquel hombre y aquella mujer tuvieron una hija, enterrada a la edad de dos años en una tumba doble sobre una plataforma cercana a la sala de audiencias. En esa sepultura también yacían los restos de otra niña, de entre 6 y 7 años, hija del hombre, pero no de la princesa. «Sería hija de otra mujer que aún no conocemos», dice Eva Celdrán.

Hay otros casos curiosos de parentesco. Uno de los hombres enterrados en La Almoloya era padre o abuelo de una mujer cuya tumba apareció bajo una iglesia de Lorca, a 50 kilómetros.

Las relaciones biológicas han permitido sacar conclusiones sobre la movilidad de estas comunidades:no hay una sola mujer adulta emparentada con otra mujer adulta en La Almoloya, lo que sugiere que a partir de cierta edad las mujeres (más que los hombres) se mudaban de población, quizás en intrincados acuerdos matrimoniales.

 

Este reportaje se publicó en el número de mayo de 2025 de National Geographic

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