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Salvando a los lémures...¡Con delicias de beicon!

Una científica apuesta por un insecto con sabor a beicon para echar una mano a estos primates en peligro crítico de extinción.

Actualizado a

Lemur rufo rojo
Nichole Sobecki

En la península de Masoala, en Madagascar, un lémur rufo rojo, una especie muy cazada, se encarama en lo alto del dosel del bosque.

«Así es como pillé la amebosis ocular», dice Cortni Borgerson, con la mirada fija en las enormes ramas de un árbol de 30 metros de altura en busca de un raro lémur rufo rojo, un primate del tamaño de un gato, endémico de esta zona del nordeste de Madagascar.

Ella y Pascal Elison, guía turístico del Parque Nacional de Masoala, habían llegado a la carrera a esta zona del bosque unos minutos antes, al oír las vocalizaciones del lémur resonando en la espesura. Esquivando hojas grandes como platos, salvando las resbaladizas raíces de los árboles y evitando con cuidado cualquier liana que pudiese parecerles espinosa, venenosa o ambas cosas a la vez, corrían sin apartar la mirada de las copas de los árboles en busca de atisbos de un pelaje marrón rojizo.

De repente se oye un sonido que recuerda al golpeteo de la lluvia sobre las hojas, seguido del crujido de algo que se estrella contra el suelo. «Diarrea de lémur», dice la primatóloga y Exploradora de National Geographic. Una vez a ella le aterrizó el pastel en plena cara, probable origen de su amebosis. Además de patógenos, las heces suelen llevar frutos de uno de los árboles colosales de la zona y nutrientes que favorecen el crecimiento futuro del bosque.

Los lémures salvajes solo se encuentran en Madagascar, donde son cruciales dispersores de semillas y polinizadores que fomentan la salud de los ecosistemas. Sin embargo, el lémur rufo rojo se halla en peligro crítico y cada vez resulta más difícil avistarlo por culpa de la caza y la pérdida de hábitat.

Desde la década de 1960 está prohibido cazar lémures, pero la población infringe la ley cuando escasean otros alimentos. Una de las razones es que el consumo de carne de animales salvajes mejora las tasas de supervivencia infantil, apunta el biólogo del Museo Field de Chicago Steve Goodman, experto en Madagascar.

Las estadísticas de la ONU revelan que casi la mitad de los niños malgaches sufren desnutrición crónica. Y en esta región, la península de Masoala, cerca del 90 % de los habitantes han comido lémur, según el trabajo de Borgerson.

Los que tienen mayor probabilidad de acabar en la cazuela son los lémures rufos rojos y los lémures pardos de frente blanca, porque son relativamente fáciles de atrapar y la gente los considera especialmente sabrosos. Es más, en las ciudades de este país insular, la carne de lémur ha pasado a convertirse en una exquisitez clandestina, aunque se consume mucho menos que en las zonas rurales.

Martin Baba, jefe de sector de una vasta franja del Parque Nacional de Masoala, relata que su equipo y él se topan constantemente con trampas para lémures en los bosques, artilugios caseros hechos con cuerdas, cordeles y cebos. «Nos da muchísima rabia», dice, y en el denso bosque es casi imposible aprehender a los culpables, pero «el problema es que aquí no tenemos suficiente carne».

Borgerson, que habla malgache con fluidez y divide su tiempo entre el trabajo de campo en Madagascar y la enseñanza en la Universidad Estatal de Montclair, en Nueva Jersey, quiere contribuir a poner coto a la caza del lémur, pero sin que eso suponga que las comunidades de Masoala pasen hambre. Y en su empeño ha recurrido a los insectos. Son fuente de alimento en Madagascar desde hace al menos 400 años, y hay uno en concreto, la fulgora sakondry, que podría cambiar el panorama al que se enfrentan los lémures, afirma.

Fulgora sakondry
Nichole Sobecki

Con su larga nariz rosada y su esponjoso trasero, la fulgora sakondry llama la atención, pero tiene pocos depredadores. 

Pariente cercano de la cigarra, este insecto de aspecto peculiar presenta una protuberancia rosada en la parte delantera (la nariz) que le da cierto aire a unicornio, además de una parte trasera blanca y esponjosa que recuerda a una boa de plumas.

El animal desprende constantemente esa pelusa sobre las plantas cercanas. «No estamos seguros, pero podría ser un irritante pulmonar para ahuyentar a los depredadores», apunta Borgerson. Apodado el «bicho beicon» por su sabor a carne y su contenido en grasa, la sakondry siempre se ha tenido por un manjar en la zona, pero nunca se había criado como tal. Hasta hoy.

Una tarde de septiembre, en un pueblo colindante con el Parque Nacional de Masoala, Kalandy, de 14 años, recoge fulgoras sakondry de las habas de su huerto. Las plantas crecen con brío gracias a las semillas y la asesoría proporcionadas por Borgerson. Kalandy pasa los insectos por agua y los cocina con sal para que la fotógrafa Nichole Sobecki y yo misma los catemos. Me meto uno en la boca, entero. Es cierto que tiene un sabor untuoso, como a beicon. También recuerda a las palomitas de maíz. «A lo mejor es que me he pasado con la sal», dice Kalandy, riendo.

Insectos nutritivos
Nichole Sobecki

Criados y consumidos, estos nutritivos insectos –también llamados bichos beicon– pueden ayudar a combatir la malnutrición crónica del pueblo malgache y aliviar la presión que ejerce la caza sobre los lémures, en peligro de extinción

Borgerson vio estos bichos por primera vez un día que los lugareños los tomaban como un tentempié mientras bebían. Le llamaron la atención y dedicó unos años a documentarse. En 2019 puso en marcha cursos de formación de cría de insectos en tres comunidades del nordeste de Madagascar, yendo de casa en casa con ayudantes autóctonos para repartir semillas de haba y enseñar a la gente a cuidar de las plantas y de los insectos que atraen.

Kalandy pasa los insectos por agua y los cocina con sal para que la fotógrafa Nichole Sobecki y yo misma los catemos. Me meto uno en la boca, entero. Es cierto que tiene un sabor untuoso, como a beicon. También recuerda a las palomitas de maíz.

¿Por qué la sakondry? Es fácil de criar, es bastante sabroso y tiene pocos depredadores. También porque crece muy deprisa: solo transcurren 72 días desde la eclosión hasta la recolección. Como estos insectos solo succionan una pequeña cantidad de la savia de sus huéspedes, las plantas siguen creciendo y sirven a su vez de sustento humano.

El único inconveniente es que las plantas podrían no sobrevivir igual de bien en algunas zonas del país, habida cuenta de las diferencias climáticas. Borgerson también está estudiando con qué densidades pueden cultivarse para que la cría de sakondry rinda al máximo. Charles Welch, coordinador de conservación del centro de lémures de la Universidad Duke, apunta que la cría de sakondry probablemente no baste por sí sola para poner freno a la caza del lémur, pero cree que sin duda «forma parte de la solución».

En Madagascar los saltamontes y las langostas son como la «carne con patatas», y la fulgora sakondry equivaldría a un costillar de primera, dice el entomólogo de la Academia de Ciencias de California Brian Fisher, que colaboró en los primeros trabajos de Borgerson. Tiene tanta demanda que a veces alcanza el mismo precio que la ternera. Pero el programa de Borgerson no se centra en la facturación, sino en salvar a los lémures, como ella misma asegura.

Trabajo de campo
Nichole Sobecki

Be Noel Razafindrapaoly (con un palo), Velombita Dede y Cortni Borgerson examinan un cepo.

En solo tres años, el proyecto ha reducido la caza de lémures al menos un 50 % en las comunidades piloto y ha salvado un mínimo de 58 individuos, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, cofinanciadora del trabajo.

«Estoy entusiasmado con esta idea innovadora», asegura el primatólogo malgache Jonah Ratsimbazafy. Y el proyecto se está ampliando. Tim Eppley, jefe de conservación de la ONG malgache Wildlife Madagascar, explica que planean colaborar con Borgerson para llevar la cría de insectos a al menos otros 3.000 hogares del nordeste de Madagascar.

Parte de la popularidad de la sakondry, explican Borgerson y Be Noel Razafindrapaoly, gestor nacional del proyecto de Borgerson, es que es un insecto «limpio»: se mueve sobre las plantas, no por el suelo. Además, se ha integrado en la vida cotidiana. En el pueblo de Kalandy, el principal equipo de fútbol masculino ha adoptado el nombre de «la Sakondry» y luce en sus camisetas un dibujo de la especie. «No es la panacea», dice Borgerson, pero la cría de este insecto ofrece «grasa natural e identidad nacional».

En el pueblo cercano al Parque Nacional de Masoala, Velombita Dede, el criador de sakondry más productivo, cultiva habas para atraer a los insectos. El año pasado recolectó una cantidad suficiente para completar la dieta de los ocho integrantes de su extensa familia, basada en el alimento básico local, el arroz. Recogía 800 insectos al mes y vendía el excedente. Para atraerlos mejor, usa tutores caseros que mantienen las plantas erguidas, y ha empezado a enseñar a sus vecinos.

Con su llamativa anatomía, los insectos que cubren las habas de Dede parecen hacer cola para entrar en una discoteca para bichos. Ante nuestra mirada, el viento esparce trocitos de pelusa blanca, como semillas de diente de león, sobre las plantas cercanas, forradas con más insectos de distintos tamaños. Los más grandes, de unos cinco centímetros, están listos para ser recolectados. 

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2024 de la revista National Geographic

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