La muerte del papa Francisco no solo cierra una era, sino que inaugura un tiempo de reflexión y decisión en el corazón de la Iglesia católica. En Roma, las sombras centenarias de la Capilla Sixtina se preparan para recibir a los grandes electores del mundo católico: 135 cardenales menores de 80 años, autorizados a votar en el próximo cónclave. 

Estos hombres, investidos de púrpura y portadores de siglos de tradición, representan no solo a sus Iglesias locales, sino también las múltiples realidades sociales, políticas y espirituales de sus países de origen.

Una amplia diversidad

Con representantes provenientes de 71 naciones, la asamblea que decidirá el nombre del próximo pontífice es quizás la más diversa en la historia de la Iglesia. Italia, como epicentro histórico del catolicismo, aún lidera la lista con 17 cardenales electores. 

Le siguen Estados Unidos con 10 y Brasil con 7. Pero lo verdaderamente significativo es la presencia —aunque numéricamente menor— de voces de rincones antes periféricos del mapa eclesial: Sudán del Sur, Mongolia, Timor Oriental. Este cónclave no solo elegirá a un nuevo papa; trazará también un nuevo rostro del catolicismo en el siglo XXI.

El papa Francisco, primer pontífice de América Latina, fue símbolo de esta transición hacia una Iglesia más abierta a la periferia del mundo. De los 135 electores actuales, nada menos que 99 fueron nombrados por él mismo, lo que indica que su visión eclesial —centrada en la inclusión, la misericordia y la descentralización— probablemente marcará también la elección de su sucesor. 

La mayoría de estos cardenales proviene de regiones que hasta hace pocas décadas eran consideradas secundarias en la política vaticana: África, Asia, América del Sur.

La influencia creciente del llamado “Sur Global” dentro del Colegio Cardenalicio podría tener un peso decisivo en la elección. África cuenta hoy con 21 electores, muchos de ellos procedentes de países donde el catolicismo crece de manera acelerada, pero afronta  también desafíos como la violencia interreligiosa o la pobreza estructural. 

Asia tiene 20 electores, incluyendo representantes de China, India, Filipinas y otros lugares donde la fe católica convive —y a veces choca— con culturas y religiones milenarias.

En América Latina —el continente con mayor número de católicos en el mundo— hay 19 cardenales con derecho a voto. Esta cifra es reveladora del peso que la región tiene no solo en términos demográficos, sino también simbólicos. Los desafíos del continente, como la desigualdad social, la corrupción o la violencia, han sido temas recurrentes durante el pontificado de Francisco, y podrían seguir marcando el rumbo del nuevo papado.

Ruptura con la hegemonía europea

El actual mapa geopolítico del cónclave rompe con la tradicional hegemonía europea. Aunque Europa sigue teniendo una representación importante (37 cardenales electores), su peso proporcional ha disminuido. 

La universalización de los cardenales no es solo una decisión simbólica: refleja un cambio real en las dinámicas internas de la Iglesia y en su forma de dialogar con el mundo contemporáneo. La elección del próximo papa, por tanto, se desarrollará bajo esta luz: ya no bastará con conocer la política interna del Vaticano, será necesario entender los clamores y esperanzas de una Iglesia globalizada.

Los cardenales que ahora se preparan para entrar en el cónclave no solo se enfrentarán a la responsabilidad de escoger a un nuevo obispo de Roma. También serán los arquitectos de la dirección espiritual de una Iglesia que se extiende desde las favelas de Río hasta las selvas del Congo, desde las periferias de Manila hasta los templos en ruinas de Siria. Su voto será más que una elección: será un acto de visión profética, capaz de definir el rumbo de millones durante décadas.