La situación es cada vez más común. Llegar a casa tras un día agotador y tratar de buscar algo de entretenimiento en el teléfono que reposa en nuestro bolsillo. En ocasiones, un contenido medianamente interesante nos provoca una mueca, pero la mayoría del tiempo es contenido banal e irrelevante. Aun así, seguimos enganchados hasta que, horas después, alguna fuerza externa nos hace dejar el teléfono a un lado. Al día siguiente, lo mismo.
Lo peor es que también sucede en otras situaciones. En cuanto aparece el más mínimo aburrimiento o rato muerto, la acción automática es llevarse las manos al bolsillo y acceder a cualquier aplicación de las redes sociales para evitar quedarse a solas con los pensamientos. En situaciones que podrían ser estimulantes, como conversaciones con amistades, viendo películas, o incluso en paseos, a veces también aparece esa necesidad, en la que muchas personas se dejan caer. Así, dependiendo de las fuentes, y de la generación, se estima que las personas promedio pasan entre 4 y 9 horas mirando la pantalla del teléfono.
En el centro de todo este mal uso de las redes sociales, destaca una molécula a la que, muchas veces, se le echa la culpa: la dopamina.
Cómo actúa la dopamina
La dopamina es una hormona que hace las veces de neurotransmisor, es decir, una molécula que las neuronas utilizan para comunicarse unas con otras. Concretamente, las neuronas dopaminérgicas se encuentran en la zona central del cerebro, en dos regiones conocidas como mesencéfalo y diencéfalo. Allí tienen funciones muy diversas relacionadas con el estado de ánimo, con la recompensa y con el estrés. Ahora bien, generalmente, a la dopamina se le suele llamar la hormona del placer, aunque ha sido más que probado que esta definición es inexacta.
Centrándonos concretamente en el mecanismo de recompensa, la dopamina debería ser considerada la hormona de la anticipación. Es decir, la dopamina es una hormona que segrega nuestro cerebro antes de que ocurra una acción. Y sí, provoca cierta sensación de bienestar, pero es previa a la acción que vamos a realizar.
Por tanto, si pensamos en ir a dar un paseo por la playa al atardecer, el imaginarnos con los pies en la arena, tocar el agua, o el tenue viento acariciando nuestro rostro es lo que va a provocar el aumento de dopamina y lo que nos empujará a ir a la playa. Una vez lleguemos y empecemos a pasear, el mero hecho de disfrutar y de mover nuestro cuerpo producirá endorfinas, que son las moléculas que realmente nos darán el placer y que, nuestro cuerpo agradecerá. Por tanto, la próxima vez que pensemos en dar un paseo, será más sencillo vencer al estado de reposo e ir a la playa, ahora tanto por la dopamina, como por recordar nuestra experiencia previa placentera.
El juego de la dopamina
Y este es uno de los problemas de las redes sociales. Cuando una persona está pasando vídeos sin parar en una pantalla, su cerebro se encuentra anticipando constantemente que en un momento puede aparecer un vídeo que le haga sentir bien. Y entonces ocurre, cada X número de vídeos, aparece uno gracioso o interesante, y el cerebro se regocija y quiere repetir la acción, creando un hábito.
El que se trate de un número aleatorio de vídeos es importante para crear el hábito, ya que ese efecto sorpresa es necesario para mantener la atención. Este efecto psicológico se denomina «programa de condicionamiento variable» y se refiere a un tipo de programa de reforzamiento, es decir, de creación de hábitos, en el que la recompensa no se entrega después de cada respuesta, ni sigue un patrón predecible. Este mismo efecto se puede observar en los juegos de azar, donde este tipo de condicionamiento acaba por volver adictas a las personas.
Una vez creado el hábito en las redes sociales, el cuerpo se acostumbra tanto a la anticipación como al contenido, por lo que los estímulos se vuelven menos intensos. Así, las personas tienen dos opciones, o buscar contenido más interesantes, o pasar más tiempo en la aplicación hasta lograr la misma sensación que tenían al principio de utilizarla. Como el contenido viene preestablecido por los algoritmos de búsqueda, la única opción es la segunda, pasar más y más tiempo en el móvil.
Esta pérdida de horas está asociada a un aumento del riesgo de desarrollar otros trastornos, como síntomas depresivos, inhabilidad de concentrarse, irritabilidad y una pérdida de deseos vitales, que pueden ser el cóctel perfecto para la infelicidad.
Romper el hábito
En estos casos, que algunos expertos tildan como adicción, la única opción es romper los hábitos que se han ido creando. Para ello, hay varias opciones interesantes, como dificultar el a las redes sociales mediante otras aplicaciones de terceros, o establecer tiempos máximos de uso. En este caso, cada persona es única, por lo que antes de comenzar un proceso así, debemos emplear un tiempo en conocernos y planificar los pasos con tiempo. Además, hay que tener en cuenta que, para romper el hábito, lo más importante es ir poco a poco, que una sesión de «desintoxicación dura» de redes sociales de una o varias semanas puede provocar un efecto rebote que lleve a consumir más en el futuro.
Aunque en el largo plazo, la técnica que se ha visto más efectiva es la sustitución del tiempo de uso del teléfono por otra actividad más beneficiosa. Es decir, si cada vez que tenemos la urgencia de usar el teléfono para evitar el aburrimiento tomamos un lienzo, un papel, o abrimos un libro, poco a poco la necesidad de utilizar el teléfono irá disminuyendo. De este modo, podremos ir, poco a poco, recuperando horas del día que antes iban al teléfono.