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Luchando contra las amenazas en el estrecho de Gibraltar

Concentra el 10% del tráfico marítimo mundial, sufre el calentamiento global, las especies invasoras y la sobrepesca, que se controla con métodos tradicionales.

Actualizado a

La almadraba
Rafael Fernández Caballero

Técnica de la almadraba.

La emoción se palpa en este escenario singular: la almadraba calada en la bahía sur de la ciudad de Ceuta, a 500 metros de la playa del Chorrillo. Son las siete de la mañana y todo está dispuesto para que empiece la levantá. Un barco pesquero, cuatro botes de distintos tamaños y una lancha rodean estratégicamente este laberinto de redes submarino, una malla de unos 300 metros de largo por 40 de ancho, con una boca de entrada de 7 metros, anclada en el fondo del mar. Mira hacia el este, de donde vendrán los atunes que migren al Atlántico, aunque en esta época del año, principios de julio, es más probable que sean melvas las que acaben en sus redes. Bajo el agua, una cadena de cuerdas y remaches sujeta la almadraba al fondo. En la superficie, unas boyas indican los ángulos y las rectas de la estructura.

LA ALMADRABA ES UN ARTE DE PESCA QUE FAVORECE LA SOSTENIBILIDAD Y EL CUIDADO DE LAS ESPECIES DEL ESTRECHO. FRENTE A LAS AMENAZAS, SE ERIGEN, A VECES, SOLUCIONES ANCESTRALES.

La levantá es la última fase, el momento culminante en esta «almadrabita» de dimensiones mucho más pequeñas que las otras cuatro de la costa gaditana. En este desenlace final participarán 15 almadraberos que desde los botes, y una vez desanclada parte de la estructura, asirán las cuerdas y tirarán de ellas con fuerza, cantando, jaleando, como en una gran fiesta. El proceso durará casi una hora, en la que el intrincado corral al que han entrado los peces subirá al ritmo de la fuerza humana que se imprima conjuntamente. Pero antes de que las capturas salten y reboten sobre la red emergente en busca de una salida y las gaviotas acudan raudas a la caza de una presa fácil, tendrá lugar uno de los momentos más bellos. Cuatro buzos del equipo que mantiene la almadraba rescatarán hoy a cinco peces luna que han caído en la trampa; hay días que han liberado 500. Los peces luna y las tortugas quedan atrapados con frecuencia, pero a veces hay sorpresas: en diciembre de 2022 se produjo el rescate, en esta misma almadrabita, de un tiburón ballena de 12 metros de longitud.

Delfines saltando
Rafael Fernández Caballero

Un gran carguero cruza el Estrecho en dirección al Atlántico. En la proa, unos delfines mulares juegan aprovechando el impulso de la embarcación, un comportamiento habitual en la zona.

La almadraba es un arte de pesca ancestral. Se calcula que tiene 3.000 años y que fueron los fenicios sus artífices, aunque su florecimiento tuvo lugar durante el Imperio romano. A la tradición de esta antigua técnica se le suma una virtud incontestable que hoy la convierte en idónea: es altamente sostenible. Sus valores
en la conservación de los ecosistemas destacan frente a otros métodos de explotación del medio marino, como la pesca de arrastre, que realiza capturas indiscriminadas, arrasa el lecho marino y deja redes a la deriva que se convierten en una trampa mortal para tortugas y cetáceos.

Bacoretas atrapadas
Rafael Fernández Caballero

Tras la levantá se revisan los peces que han quedado atrapados en las redes externas al copo de la almadraba, como estas bacoretas, que podrán venderse.

La sobrepesca es una de las amenazas de la región del Estrecho y el Mediterráneo, pero otro de los grandes peligros que la acechan es consecuencia directa del calentamiento global. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el nivel del Mediterráneo ascenderá entre 30 centímetros y un metro antes de final de siglo. Pero además, según apunta el último informe de WWF, al ser semicerrado, es el mar del mundo que se calienta a mayor velocidad, entre tres y cinco veces más rápido que la media global de los océanos. Eso hace de él un ecosistema perfecto para especies tropicales cuyo hábitat natural se asemeja cada vez más al Mediterráneo. El cangrejo azul o el pez león son dos ejemplos de especies invasoras, pero cuando hoy en el Estrecho se habla de invasión, lo que más preocupa se llama Rugulopteryx okamourae, más conocida como alga asiática. 

Fue justamente en Ceuta cuando, en 2016, se detectó por primera vez la presencia de esta alga, originaria de las costas de China, Corea, Japón, Taiwán y Filipinas. Dos años después, desde Ceuta amplió su área de distribución hacia el este y el oeste, y fue detectada en Mijas (Málaga), Tarifa y Sancti Petri (ambas en Cádiz). El alga asiática se reproduce por clonación y, como otras especies invasoras, no tiene depredadores, por lo que se extiende a una velocidad de vértigo. Ante su propagación en las costas españolas mediterráneas, en noviembre de 2020 el Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) la incluyó en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras y desde 2022 despliega una estrategia de gestión y control sobre ella, que no ha impedido su expansión. Ahora mismo, Rugulopteryx okamouraeocupa todo el sur peninsular y está presente en Marruecos, Francia y Portugal –también en las Azores, donde ha colonizado gran parte del sur de la isla de São Miguel–. Según se declara en el documento del MITECO sobre la estrategia de control del alga, «el impacto ambiental que está produciendo en los fondos marinos españoles no tiene precedente». El sector de la pesca también ha dado la voz de alarma: ya en 2019, las cofradías de pescadores andaluzas comprobaron que sus capturas de un total de 13 especies se habían reducido entre el 20 y el 48 % por culpa del alga. 

Aunque no hay evidencias de cómo llegó al Estrecho, es muy probable que lo hiciera en las aguas de lastre, que son las empleadas para procurar la estabilidad de los cargueros. Según el informe del MITECO, «junto con las actividades de acuicultura marina, las asociadas al transporte marítimo son los principales vectores de introducción de especies exóticas en el medio marino, siendo las más importantes el fouling –acumulación de materiales contaminantes sobre superficies sólidas– y las aguas de lastre. Ambas vías podrían justificar la introducción primaria de Rugulopteryx okamurae en el estrecho de Gibraltar desde sus áreas nativas en el Pacífico, teniendo en cuenta el intenso tráfico marítimo que soporta la región».

Pez espada rescatado
Rafael Fernández Caballero

El jefe de buceo de la almadraba recoge del copo un pez espada, especie que por la longitud de su pico queda atrapada con facilidad en los orificios de las redes.

El tráfico marítimo y todas las actividades relacionadas con los grandes buques se traducen en una gran contaminación atmosférica y en el riesgo de que se produzcan vertidos al mar.
El hecho de que el Estrecho concentre un 10 % del tráfico marítimo mundial y que cada año 120.000 buques pasen por él es ya de por sí un escenario con un alto riesgo de vertidos. Pero existen otros agravantes, como que se haya convertido en el lugar ideal para realizar maniobras de bunkering, que consiste en el suministro de combustible, ya sea con el buque atracado o fondeado en aguas portuarias.

«En el estrecho de Gibraltar se pueden mover de barco a barco hasta 10 millones de toneladas de fueles al año», declara Antonio Muñoz, presidente de Verdemar, una entidad que trabaja para proteger el Estrecho desde 1987. Además, la convivencia de las legislaciones de tres países distintos –España, Marruecos y el Reino Unido– para controlar esta actividad, con sus respectivos intereses económicos, favorece que no exista una presión única y común para regularla. «Se estima que solo en Gibraltar se superan los dos millones de toneladas en maniobras de bunkering», señala Muñoz.

Liberación de una tortuga laúd
Rafael Fernández Caballero

Otro buzo profesional libera a una tortuga laúd de la almadraba para llevarla al Centro de Estudios de Conservación de Animales Marinos de Ceuta (CECAM) para su cuidado.

En julio de 2023, Gibraltar informaba que al retirar el pecio del granelero OS 35, varado en aguas del Estrecho desde hacía un año, se habían vertido hidrocarburos pesados. No había pasado un mes cuando un nuevo petrolero que estaba haciendo maniobras de bunkering cerca del muelle sur de este puerto vertía fueloil pesado desde uno de sus tanques, obligando a cerrar temporalmente Camp Bay y Rosia Bay.

El problema principal es que «se desarrolle esta actividad de bunkering tan frenética en un espacio tan angosto», afirma Muñoz. Además, los vertidos ocasionan pérdidas irreparables: «La lapa ferruginosa (Patella ferruginea), especie endémica del Mediterráneo, está en peligro de extinción y precisamente Gibraltar y las costas del Estrecho son su único reducto».

El Estrecho se encuentra dentro de la Reserva de la Biosfera Intercontinental del Mediterráneo, creada en 2006 por la Unesco. Abarca un millón de hectáreas que van desde el sur de España hasta el norte de Marruecos y nació con el propósito de impulsar la colaboración entre ambos países. Por otra parte, y debido a la cantidad de especies amenazadas que habitan en la extensa región del Estrecho, la Comisión Internacional para la Exploración Científica del Mediterráneo propuso en 2011 la creación del The Near Atlantic Marine Peace Park, que formaría parte de la red de «parques marinos de la paz» en el Mediterráneo. 

Pero dado que entre el 80 y el 90 % del comercio mundial se realiza por transporte marítimo, que los buques consumen 300 millones de toneladas de combustibles fósiles al año y que por el Estrecho pasa un 10 % de todo este tráfico, toda iniciativa de protección es poca. Una de ellas: reclamar a la Organización Marítima Internacional (OMI) que tome medidas para defender este entorno que se encuentra, claramente, bajo una amenaza constante.

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Este artículo pertenece al número de Mayo de 2024 de la revista National Geographic.